¿Hacer esperar a otros, invitándolos a que ‘tengan paciencia’ para el cumplimiento de las promesas del Señor, -cuando Él ya las ha cumplido-, es la evangelización que se requiere en el siglo XXI? Siguiendo las Escrituras, la tradición espiritual del cristianismo y el testimonio de aquellos que han visto la resurrección de sus existencias, se descubre una grave distracción, y una seria omisión al no haber sabido integrar en el anuncio de la Buena Nueva herramientas que ayuden en este punto del Camino. Una de ellas es la de abrir el ojo de la contemplación para hacer consciente de la participación de la presencia del Amor del Maestro en cada uno. Es una de las prácticas a las que está convocada la evangelización, y es uno de los secretos de la Tradición Mística Cristiana.
Cada ser humano, en su propio momento histórico, tiene la posibilidad de ese encuentro pleno y profundo, en el ahora de su existencia. Es el cumplimiento de la esperanza en el aquí y ahora; en todo cuanto lo rodea: en la creación, en la humanidad y en las reconocidas manifestaciones sagradas de los sacramentos. ¿Por qué siempre estamos esperando que sea ‘algo’ que va a venir en el futuro? Es porque el pensamiento, -y por tanto el discurso-, suele moverse en criterios de tiempo-espacio, y no se aproxima a lo eterno que impregna el presente. ‘Espera, espera -se dice-; vendrá, vendrá, ‘algún día vendrá’. Cuando, en verdad, la puerta de acceso está en el presente; ante su propio rostro.
¿Y de qué promesas se trata? Aquí no se habla de nimiedades, caprichos e ilusiones de quienes aún están en un nivel de conciencia ‘mágico’, y cuya religiosidad se aproxima a la Divinidad como a un Gran Mago, quien con su ‘varita’ concede esto y aquello, por más urgente que nos parezca. No, de eso, no se trata. Se trata de la Vida en Plenitud. “He venido para que tengan Vida y la tengan en Plenitud”, dice el Maestro.
La Vida Plena es la misma Vida Divina que se ha quedado en cada una de sus creaturas, y que en el ser humano tiene la capacidad de hacerse consciente. Y, cuando se descubre, todo resplandece, ¡todo!: la propia dignidad, la de los demás, la creación; es la maravilla de la manifestación Divina ante el contemplativo. Esto incluye la enfermedad, el dolor y la muerte; pues estas realidades están inmersas en la Única y Plena Vida. Por esto, tiene la capacidad de despertar e impulsar a la misericordia, la solidaridad y la transformación social.
Todo está aquí y ahora. Pero está enceguecido el ojo de la contemplación, y por eso muchos no soportan la existencia con sus vicisitudes, y tienden a buscar respuestas en un futuro… (¿después de la muerte?). Por tanto, la esperanza no se trata de posponer y posponer, -tal vez hasta cuando ya no estén presentes los predicadores que ponen la esperanza en el futuro-, sino que se trata de despertar el ojo de la contemplación, que supera, pero integra el ojo natural con el que se ven las creaturas y el ojo del entendimiento con el que se capta el sentido de lo visto; entonces, el ojo de la contemplación es el ojo con el que se puede ver como Dios ve.
Así, si se espera llevar una existencia Plena, se descubre la importancia de contemplar. Porque solo el contemplativo vive en la acción de su cotidianidad la tarea de hacer germinar las semillas de eternidad que están sembradas en cada cosa, en cada persona, en cada creatura, en cada instante, en cada suspiro, y en lo que soy: la contemplación es la práctica de los místicos.
Esa es la puerta de ingreso a la renovación de la existencia, en cada lugar, en cada instante. De nada sirve hablar de esperanza y seguir cargando con el lastre del propio pasado, que no deja elevarse el alma a la diafanidad del momento presente. Solo con esta renovación habrá Vida Nueva, Vida Plena, Vida Eterna para todos. En la Vida Nueva todo queda liberado, y cuando todo queda liberado, se vive en la Vida Plena: la esperanza se hace efectiva.
Para esto se necesita de una ‘nueva inocencia’, una mirada transparente, una contemplación en la que lo Divino se manifiesta a través del Kosmos, de la humanidad, y revele la unidad del todo: todo está interconectado; la Divinidad está presente en este instante, basta con abrir los ojos.
Los místicos son aquellos que han podido superar las barreras del tiempo y del espacio. Ellos se han protegido de la manipulación de los perplejos, que desconocen el Camino, y que, por ello, posponen la plenitud hacia el futuro. La autoridad espiritual se adquiere en el conocimiento místico que conduce al Camino de acceso a la Vida Plena, en la que se descubren las promesas ya cumplidas del Espíritu Divino.
Hay que liberarse también de aquella idea de que esto es para unos ‘elegidos’ especiales que han contado con esa fortuna, mientas que los demás, supuestamente, quedan descartados. ¿Qué tipo de dios estaría detrás de esta visión? ¡No hay elegidos! O mejor se dice, todos son elegidos desde el mismo instante en que fueron concebidos en la Mente Divina. No se trata de un asunto reservado a unos y ocultado a otros. No. Cada uno existe porque es Hijo de Dios, y por tal, heredero del mismo Espíritu que inspiró al Maestro de Nazaret. Todos pueden acceder a la Puerta.
El Maestro se despide y da unas instrucciones para que los pasos de sus discípulos no anden en confusión. Él viene a cada instante. No será en un futuro, en unos años, en una fecha que un vidente descubrirá o que está oculta en un libro; no. Ya está aquí; se hace manifiesto. Si no lo ha visto, queda invitado a la contemplación. Porque la esperanza no está en el futuro, está en lo invisible…
Víctor Ricardo Moreno Holguín, Pbro.
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