Soy un apasionado por la historia. Desde que comenzó el devenir humano, la cuestión de la naturaleza del hombre se ha impuesto en los distintos periodos de la historia, a favor de unos y en contra de los otros. Como dijera aquel escritor criollo que, “la humanidad sólo ha escrito un poema de amor, y ese lo escribió Caín con la quijada de un asno”. No ha sido fácil construir sociedades justas e igualitarias para todos los seres humanos a lo largo de la historia. Hablando de género, han sido “los machos”, quienes han construido sus propias sociedades a su medida, a través de las Instituciones y las instrucciones, hoy llamamos a eso “educación”, que deja de un lado la participación de las mujeres, en su mínima expresión.
Esta forma de pensar y de actuar ha sido el común denominador en este espacio terrestre en el que habitamos los seres humanos, a lo largo de todos los tiempos, dejando una profunda estela de desigualdad entre hombres y mujeres, que ha cobrado vidas humanas a través de la violencia, la coerción, la tortura, los vejámenes atroces de muerte y aniquilación de los más débiles e indefensos de las sociedades, especialmente, las mujeres.
Afortunadamente, no han faltado contra viento y marea, la presencia de figuras de quienes se han constituido en faros de luz y resistencia en las situaciones más adversas y críticas de la realidad, para levantar su voz de protesta con argumentos incontestables, en la defensa de sus derechos inalienables. Recuerdo aquella mujer francesa, nacida en pleno auge del Renacimiento: Marie de Gournay (1565-1645), que fue una autodidacta cuando la educación se le negaba a la mujer, aprendió latín por sí sola, filóloga, filosofa, traductora, poeta, de gran audacia e inteligencia; cuando tenía 20 años conoció al gran filósofo Montaigne, autor de los Ensayos, quien la adoptó como hija, cuando él tenía 55 años.
Gournay siempre recibió críticas, ataques y desprecios por su manera de pensar y de incurrir en los temas relevantes de la sociedad. Fue la encargada de publicar después de la muerte de Montaigne, su obra, haciendo ella misma notas, prólogo y presentación de la obra que la apasionaba. En su casa tenía encuentros académicos e intelectuales para discutir diferentes temas políticos, filosóficos y culturales de la época. Exponía una de sus tesis delante de sus interlocutores sin ningún temor: “Los hombres y las mujeres son iguales, no hay ninguna superioridad de los varones sobre las mujeres”. ¡Guau, estupendo y revolucionario! Estamos hablando del siglo XVII. Por estas ideas se la considera la precursora del feminismo imperante en la actualidad. Este mundo contemporáneo vive su tesis, también, con resistencia y audacia en la defensa de las libertades individuales de todos por igual, hombres y mujeres, pese a las adversidades que se imponen para mantener un statu quo.
P. Rodrigo Poveda
Gigo
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