Muchas catástrofes tienen a Dios como su autor, particularmente en medio de imágenes apocalípticas que anuncian destrucción y pavor por doquier. Se va creando un imaginario colectivo de un Dios celoso y que castiga al impío, aún más, en un nuevo año litúrgico con el Adviento donde los pasajes anuncian que el final de los tiempos es inminente y que a la hora menos pensada muchas cosas pasarán. Sin embargo, ¿Cómo equilibrar un Dios encarnado que es misericordia y que su amor es infinitamente ilimitado? ¿Cómo quitar de la mente el Dios que castiga, y reconocer que muchas muertes, enfermedades, pandemias, el hambre y las desigualdades son fruto y resultado de la intervención humana? Dios por su parte, en su omnipotencia, muestra su no intervención, le da al hombre la posibilidad de obrar, a enfrentarse a las consecuencias de sus acciones y en su perfección se abstiene de cometer alguna arbitrariedad, lo cual redunda en una humanidad por momentos desequilibrada, inequitativa y deshumanizada. Es cierto que esperamos un giro en esta libertad, sobre todo en aquellos casos exageradamente crueles, una transformación que domestique a esta humanidad que, ni con rejo, ni con palo quiere abrir su corazón y ventilar aires nuevos de una libertad respetuosa que permita al ser humano salir de todo cuanto mal existe.
Es el bien la fuerza que transforma y quien ha pasado por el mal puede amar el bien. Quien se aparta del mal, está en la capacidad de dejar atrás y en vergüenza todo lo hecho para abrazarse a un Dios amoroso que perdona. Podemos llegar al sumo bien, a alturas en virtudes morales y cristianas; lo fácil en medio de todo es aniquilar, destruir, acabar, pero hacer camino siempre será la posibilidad de generar grandes cambios hacia una vida más plena. Esto hay que predicarlo, esto hay que compartirlo, no podemos callar una verdad y mostrar a la humanidad que no es tanto lo que eres hoy, sino lo que Dios está viendo, Él mira lo que puedes llegar a ser y no se trata de un Dios que está vigilando, sino un Dios que espera con los brazos abiertos el gran retorno de un hijo que estaba muerto en el pecado y que vuelve a la vida.
¿Cómo entender esta lógica de Dios? Así Dios obtiene bienes de los males, el malo puede creer que es omnipotente, pero Dios no da nada por perdido, es el Dios de los imposibles, de lo desechado, de lo perdido. Esta sabiduría de Dios nos seguirá confrontando, pero será la posibilidad para volver la mirada hacia el bien, la misericordia, el perdón y la caridad. Por eso sueño con el día del consuelo, el día en que se diga ¡venid bendito!, sé que te equivocaste… Será el tiempo del abrazo para aquella madre que perdió su hijo por la violencia, la reconciliación de quien fue abusado y maltratado y la recompensa para el que careció de todo y tanto. Ese abrazo lo deseo, lo sueño, mis lágrimas se derraman y no se hacen esperar, es el abrazo de la misericordia que tanto necesito, el abrazo que por las durezas y máscaras no se logra recibir porque nos falta una mirada más tierna y divina de la confesión, de la Eucaristía, el roció del Espíritu Santo que ha irrumpido en nuestras vidas pero que por permanecer tan cegados y ocupados, ha pasado desapercibido.
Sentir el abrazo de ese Dios misericordioso, tiene que ver con recibir los gestos de amor y caridad que nos brindan los seres humanos con quienes compartimos día a día. Es cada voz de consuelo por las víctimas, cada uno de los homenajes desinteresados y despolitizados con los cuales se conmemora y se reconoce una memoria que necesita ser aliviada con el abrazo de la reconciliación. Es cada vez que se puede ver gente tan generosa y desprendida, cada vez que alguien da su tiempo, dinero, mercado, ropa, aportes para una obra, cada vez que surgen voluntariados y alguien se retira el pan de la boca para cederlo a quien lo necesita. Sentir el abrazo de Dios tiene que ver con cada una de esas veces en las que se puede decir no todo está perdido. El abrazo de Dios ha de seguir destrabando secuelas y afectaciones que lo único que dejan es personas melancólicas o suicidas, es devolver a las víctimas su dignidad, recordar que no han sido culpables de nada, porque nadie merece la muerte violenta, porque el único dueño de la vida es Dios y porque estas muertes solo son fruto del pecado del mundo y es comprender que Dios no castiga de esa manera.
Pero en definitiva, ¿Qué puede seguir haciendo la Iglesia en estos tiempos de violencia y agitación social? El único camino es el que ha dejado Cristo, el entender que, si nadie te juzga, no debes juzgar, la senda del no peques más y ama hasta que más puedas. Vive alegre, abraza, sonríe, lucha y no te rindas. Dios remediará, aliviará con la ayuda nuestra y en la otra vida con su mano de Padre, nos acogerá. No quiero ser romántico, no quiero dejar todo para la otra vida, porque sé de lo que podemos construir en este momento como solución frente a la complejidad de la humanidad y también, frente a una pandemia que simplemente agudizó el cúmulo de males que siempre se han gestado. Si hoy queremos cambiar la historia, debemos resistir en una bondad grande con el objetivo de devolverle al mundo lo que es justo y lo que es obligación; las buenas intenciones han de ser purificadas en la bondad de un Dios Todopoderoso en el amor y perdón, no en el levantar la mano y acabar con todo, pues todavía hay esperanza y mientras tú y yo existamos y seamos convencidos del bien que podemos hacer, lograremos la verdadera transformación que la humanidad reclama.
P. Wilsson Avila
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