Para la cultura científica actual y para el modo de pensar de muchas personas, casi siempre sin mucho fundamento real, es difícil creer que existan muchos temas o dimensiones de la vida que en su esencia sean ajenos a los números. Aunque sean números inmensos. El hecho de que se realicen miles de abortos en el mundo o que se mate a miles de personas en una guerra no indica que todo eso sea ni normal ni moralmente correcto. Nada tienen que ver los números con la verdad de las cosas de este tenor. Los millones de personas infectadas por el virus covid-19 no nos llevan a pensar que eso es bueno y deseable. Entre más grande el número de infectados más claro está que es una situación anormal y siempre indeseable. En resumen, el bien y la verdad no dependen de números ni consensos. Valen por sí mismos, más allá de pareceres de individuos, colectividades o legisladores.
Pero se ha vuelto casi que imposible entrar en discusiones en las que se hable con racionalidad de los temas más graves de la vida. Y hay muchas razones para que las cosas sean así. Por una parte, la ideologización que llena de prejuicios y enceguece a las personas hasta para situarse ante las realidades más elementales de la vida. Y fruto de esto, la presión incluso con violencia callejera, para que la sociedad en su conjunto acepte lo que es contrario a la verdad y al bien. También se niega toda racionalidad por la fastuosa capacidad de engaño con que se cae hoy sobre la mente de millones de personas y se les amenaza y margina si piensan de modo profundo y, claro, muy diferente.
Por otra parte, hay muy poco discurso lógico porque con las prácticas “normalizadas” y legalizadas también se quiere encubrir un universo inmenso de irresponsabilidad personal y social. Por todo lo anterior, no es extraño que el modo predominante que se quiere entronizar es el de la violencia sin límites, disfrazada eso sí con toda clase de palabras propias del bajo mundo.
Todo ser pensante debería prender las alarmas de su conciencia cuando se le proponen ideas cuyo fundamento no pasa de ser un cúmulo de cifras y números, o cuando se aduce que todo el mundo lo hace –cosa que nunca es cierta-, o que esa es la vida moderna. También, con cinismo, se adorna el argumento, afirmando que haciendo esto o aquello, no pasa nada. Siempre sucede algo, siempre hay consecuencias.
Los temas que atañen a la vida son temas de conciencia y no de números. Y la conciencia sincera y correctamente formada siempre invita a escoger el bien, la verdad y la vida. Creo que más que cualquiera otra acción hoy se impone, para quienes creemos en Dios y su obra maravillosa de haber creado la vida, un agitar conciencias para que nada ni nadie les arrebate la felicidad de ser autores de alegría y esperanza y de nunca prestarse para destruir, aplastar o eliminar la obra maestra de Dios, que, creando la vida, resucitándola, ha triunfado para siempre.
Rafael De Brigard, Pbro.
El Nuevo Siglo 2022-02-27
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