“El hecho de que la vida no tenga ningún sentido es una razón para vivir, la única en realidad.” E. M. CIORAN
Sin lugar a duda estamos enfrentados permanentemente a nuevas realidades que seguirán causando brechas gigantes entre unos y otros. Si bien, como Iglesia católica estamos llamados a dar una palabra de aliento en medio de un mundo cambiante y en ocasiones caótico, no podemos perder la capacidad de diálogo, bajo las premisas del respeto y el valor de la vida. La eutanasia sigue siendo un tema de actualidad, el cual provoca reflexiones de especial atención. Una de ellas es la pregunta en torno a las condiciones de tantos, las desigualdades, la falta de recursos para acceder a tratamientos, personas que están careciendo de todo, que no cuentan con un apoyo familiar, que se sienten una carga, que no tienen empleo, que lo han perdido todo, incluso hasta su Iglesia; muchos argumentos surgen desde las diferentes áreas del saber y disciplinas, por ende, es necesario brindar una mirada diferente, que permita la reconciliación de la vida, exigir calidad de vida, mostrar las bondades de un mundo que lo tiene todo para ser felices.
En el contexto de la eutanasia y su legalización surgen presupuestos en los cuales la definen como muerte digna, eliminación de vidas calificadas como indignas de ser vividas, carentes de valor y se apela al derecho de autonomía. La eutanasia desde siempre ha venido imponiéndose; en Colombia se está volviendo exageradamente manipulado y manoseado por un sensacionalismo que deja ver una paradoja de sociedad que no logra estabilizar y que quiere continuar escondiendo los problemas verdaderos en toda toma de decisiones, ojalá el pueblo católico no se preste para ello, ya que hay una raíz en todo esto.
Apelando a un derecho, se manifiesta no tener las condiciones suficientes o necesarias para vivir, sin ver las opciones que presenta la vida, entre ellas los tratamientos. Sin embargo, en medio de panoramas complejos y desalentadores, surgen elementos que pueden alentar a la humanidad y es la capacidad de amar, pero para ello, como sociedad debemos reconocer nuestra envidia, nuestras ambiciones, la indiferencia que ha llevado a muchos a tocar fondo, en el barro de la pobreza y las carencias que si bien, nada justifican ni la muerte ni el obrar mal, siempre seguirán siendo una bofetada porque ponen de manifiesto que algo estamos haciendo mal.
Ante la realidad que vivimos es fundamental mostrar los anhelos de una vida, antes de quedarnos en posturas idealizadas, resulta fundante seguir mostrando esas acciones que son signos de que los más vulnerables nos importan, y mucho. Resulta una prioridad activar jornadas de sensibilización y apoyo, retomar grupos de mutua ayuda, generar espacios recreativos que promuevan el arte, el deporte y talentos; que hay que brindar en etapas difíciles de la vida, sí es necesario el debate científico e integral, la posibilidad de que las disciplinas ayuden a valorar todo lo que desde el pensamiento se construye, pero sobre todo, es imprescindible no olvidar la escucha para aquellos que lo necesiten, ¿Qué hay detrás de ese grito desgarrador de un ser humano en estado de vulnerabilidad? Tal vez una persona a quien las circunstancias la llevó a descubrir que es invivible, ya sea por la ancianidad, por la inconsciencia o por causa de una enfermedad terminal.
La necesidad de una vida digna, ofrecer un mejor cuidado en vez de tratamientos inoficiosos, ayudar a que todos tengamos una buena vida, ese será el objetivo hoy, una medicina preventiva antes que una invasiva, no cuando ya la enfermedad ha ganado camino ¿Cómo asegurar una toma de conciencia antes de tener que hacer todo el proceso burocrático de una atención en salud que sigue siendo explotada? una mirada a las exigencias de unos estándares que permitan recordar y apelar a Cristo que nos dice he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia, una verdadera vida, una alegría de vivir, un proyecto de vida con unos medios óptimos para lograrlo y desarrollarlo.
Las nuevas generaciones y las presentes necesitamos una educación para la vida, sobre todo una educación humanizada, que permita hacer frente a las problemáticas y a la reconciliación de situaciones que no son como se esperan, no abordarlo todo desde la mirada de la estadística, pues más allá de ello, resulta prioritario ponerse en el lugar del otro, asumirlo con responsabilidad colectiva, acercarnos a un compromiso con la vida, abordarlo de una manera global, fortalecer el ambiente emocional, porque la cultura está enferma. La detección temprana y oportuna, asumir con mayor detenimiento la cotidianidad y cultivar la esperanza, pueden ser herramientas importantes para resolver problemas, así como el hecho mismo de aprender a detectar signos, cultivar las buenas relaciones humanas, tener buena comunicación y sobre todo un proyecto de vida en Dios que es el dueño de todas las cosas.
P. Wilsson Ávila
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