En las distintas épocas de la historia, la humanidad siempre ha temido el hambre como el peor de todos los males. Bien reza el proverbio popular. “Con hambre no hay paz”. El mundo ya ha vivido este flagelo en menor o mayor grado según las circunstancias; nuestros abuelos nos contaban del hambruna de los años 29 y 30 del siglo pasado.
Sobrevivir es un reto que anima en la lucha por la vida. En mis estudios de economía, macroeconomía y microeconomía en la Universidad, siempre se planteaba el dilema del crecimiento de la población en los países pobres y escases de los recursos no renovables; como quien dice, “no hay cama para tanta gente”. A esto se le añade las implacables leyes del mercado de la oferta y la demanda, como el de la capacidad adquisitiva de los consumidores. (Problemas de recursos).
“Siempre se planteaba el dilema del crecimiento de la población en los países pobres y escases de los recursos no renovables”
En el año 370, la ciudad de Roma tenía por lo menos unos quinientos mil habitantes; era la población más grande de la Tierra. Su preocupación era mantener al pueblo romano a salvo del hambre. En ese momento se calculaba al “populus” en unos doscientos mil ciudadanos que dependían de la llegada de más de 175.000 toneladas de granos, traídas desde el interior de África por barcos hasta el puerto de Ostia. Era lo que se conocía como la annona civica (Suministro de los alimentos para los ciudadanos de Roma) ejercida por el Emperador cada año, como un asunto abiertamente “cívico”, que no tenía nada que ver con la ayuda a los pobres.
“El problema del hambre en el mundo y en nuestras comunidades no está todavía resuelto, las estadísticas así lo confirman”.
Se cuenta que en el año 359, el prefecto de la ciudad, Tértulo, responsable de la distribución de la annona, debido a la dificultad para navegar por las mareas altas, la remesa sufrió un retraso, y la plebe lo injuriaba constantemente con violencia y amenazas, porque temían el hambre. La única forma de calmar a la turba, fue ofreciendo a sus pequeños hijos al pueblo, con unas tristes palabras: “Ahí tenéis a vuestros ciudadanos -¡ay, ojalá que los dioses eviten esta calamidad!-, que están dispuestos a soportar lo mismo que vosotros si no mejora nuestra fortuna […]”. Se dice que la muchedumbre enmudeció ya más calmada, aguardando con serenidad la suerte que se avecinaba.
Esta preocupación por solventar la vida, siempre será vital y en tiempos de pandemia aún más. El problema del hambre en el mundo y en nuestras comunidades no está todavía resuelto, las estadísticas así lo confirman. En este siglo XXI, se hace presente nuestra fragilidad y nos recuerda lo dependientes que somos de los recursos que sostienen nuestra vida.
Rodrigo Poveda Gutiérrez, Pbro.
Gigo.
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