Se abre la silente puerta del ascensor en un piso alto del edificio en el que reside al norte de Bogotá. A mano derecha, junto a la entrada del apartamento, el clérigo visitante suena el timbre. Sus manos no pueden ir vacías: como hijo agradecido, llega a casa de su padre con una pequeña ancheta que ha preparado como presente: frutas, panecillos, dulces y vino francés, para quien estudió Lenguas Clásicas y francés, en el Instituto Católico de Lyon, Francia. Al abrirse la puerta, la sonrisa de la empleada indica que estaba siendo esperado.
Es un hogar amable, sobrio y elegante. Luego de dar unos pasos bajo el techo acogedor, se encuentra de frente con aquel que ha sido uno de sus maestros más queridos: monseñor Luis Gabriel Romero Franco, obispo emérito de Facatativá, y quien fuera rector del Seminario Mayor de Bogotá entre 1980 y 1986. Al saludo del clérigo, las palabras acogedoras del prelado agregaron un toque de familiaridad pronunciando el sobrenombre que le tenía cuando era seminarista, pero también evocaron las palabras del Maestro de Nazaret:
-Ven y verás…
De entre los diferentes espacios arreglados con exquisito gusto, resalta uno que él mismo adaptó: un oratorio, dispuesto para su plegaria cotidiana, la celebración de la Eucaristía y la memoria de sus devociones, con un bello crucifijo antiguo, heredado de uno de sus parientes: monseñor Mario Germán Romero, el historiador.
Sentados en la pequeña sala, la conversación pasó de ser el recuento de una lluvia desordenada de recuerdos, a ser una narración que, poco a poco, desvelaba el rostro paternal que dejó ver sus perfiles como rector de uno de los seminarios más importantes de Latinoamérica en los años 80s.; tiempos en que imperaron seriedad, disciplina y solidez. Entonces, no siempre pudo brillar la ternura y cercanía que albergaba su corazón de pastor.
Su misión como rector, en un difícil momento de tránsito del Seminario Mayor de manos de los padres sulpicianos a manos formadoras del clero diocesano, estuvo marcada por las directrices del entonces arzobispo, Cardenal Aníbal Muñoz Duque (‘Amito Aníbal’, como muchos lo llamaban), pues cuando ejercía su misión con mando castrense, despertaba temor entre el clero. A esto se refirió Mons. Gabriel Romero:
Monseñor Gabriel Romero, consagrado obispo por el Cardenal Aníbal Muñoz Duque, quien luego lo nombrara rector del Seminario Mayor de Bogotá.
El cardenal Aníbal era muy humano y a veces no tanto… Cuando yo era su canciller, en la mañana lo saludaba:
-Buenos días, señor cardenal…
Y él, sin responder el saludo preguntaba sobre uno de los asuntos que le rondaba la cabeza:
-¿Quién es el superior de los jesuitas?
-Fulano de tal, señor cardenal…
-¿Que dice hoy el editorial de El Tiempo?
-Tal cosa, señor cardenal…
-¿Y el de El Espectador?
-Tal cosa, señor cardenal…
-¿Y usted que piensa de eso?
Yo debía estar informado de todo lo que decía la prensa, y además, debía tener mi propio análisis. Así, en muchas ocasiones pasaban los días sin establecer un diálogo cercano y amable.
Y de pronto me llamaba y me saludaba con una amabilidad inmensa, preguntándome cómo estaba y con una gran amistad…
Cuando se encontraba con los fieles o los seminaristas, se transformaba en un hombre amable y profundamente humano, un padre para muchos… Cuando asumí como rector del Seminario, en obediencia, debí seguir sus indicaciones…
Monseñor Gabriel Romero como rector del seminario mostró ser un hombre disciplinado, culto, serio, austero e inteligente, siempre en obediencia al arzobispo cardenal. Se vio obligado a enfrentar las pequeñas insurrecciones de algunos seminaristas descontentos por el cambio del estilo sulpiciano al trazado por el Arzobispo (pintaron grafitis y distribuyeron pasquines, entre otras formas de rebelión). En su corazón de obispo rector, la paternidad muchas veces tuvo que ser pospuesta para cuando fuera nombrado obispo de una diócesis: la vida del seminario erróneamente tiende a ser demasiado formal, institucionalizada y fría.
Monseñor Gabriel Romero presidiendo su Primera Eucaristía como presbítero.
Aún así, le encantaba jugar tenis, y animaba a los seminaristas para que hicieran deporte, aprendieran idiomas y adquirieran un método disciplinado de estudio; además, favoreció la riqueza de las artes y los actos culturales, y bajo su rectoría aumentó exponencialmente el número de seminaristas, con una estrategia de comunicación y pastoral vocacional, de la que fueron sus principales colaboradores, los entonces padres, Héctor Gutiérrez Pabón ‘Candelo’ y Roberto Ospina.
Del modo como trataba los asuntos delicados, una de las anécdotas recordadas fue la vez en que un grupo de seminaristas de apenas segundo año metió la pata al organizar una fiesta en casa de uno de ellos; cada uno llevó una pariente, hermana o prima, para el baile. Al día siguiente, se filtró el asunto, se generó un profundo disgusto entre los formadores, tambaleó la cabeza de un diácono (hoy obispo) y puso a los ingenuos seminaristas de frente al obispo rector:
–¿De quién fue la idea?
-Todos, fuimos, monseñor…
-No pudieron haber sido todos a la vez…
-¿Quién fue el de la idea?…
Todos callaron… y salieron duramente regañados y cabizbajos de la rectoría… Esos días en el seminario todo fue silencio y nervios, ¿nos expulsarán? …solo corrían rumores en los pasillos… El siguiente fin de semana era de ‘el amor y la amistad’, entonces, monseñor Gabriel Romero llegó con un paterno presente de reconciliación para todo el grupo… y todo volvió a la calma y a la confianza… Sin embargo, al final de ese semestre, por decisión del consejo de formadores salieron varios de esos seminaristas…
Pero también el seminario se alegró con su buen humor. Desde su llegada, inauguró en el seminario el ‘Barrio Calvo Sur’ (el pasillo de entrada a la rectoría llevó este nombre en homenaje a su ilustre habitante). Se permitía bromear, pasar por las habitaciones durante la jornada y muchas veces compartir alguna delicatessen cuando veía reunido un grupo estudiando en una habitación.
Monseñor Romero, aunque había sido vicario parroquial en Las Nieves y en Lourdes, no tuvo la oportunidad de ser párroco. Entonces, sacó a relucir plenamente su rostro paterno cuando fue nombrado obispo de Facatativá.
Dialoga recordando la maravillosa experiencia de su encuentro con los campesinos y la formación sacerdotal.
Quienes acompañaron sus correrías por los pueblos y veredas, redescubrieron a quien otrora había sido su estricto rector: era todo un padre, que no dudaba en sentarse horas, de noche, en los escalones de una cancha de basquetbol, para dialogar con los campesinos, escuchar sus historias y comentar toda clase de asuntos:
-Yo no tenía experiencia en conocer al campesino, nunca había estado con grupos de campesinos: pero ¡qué gente tan buena! ¡cómo eran de comunicativos! Eran muy ricos estos encuentros. –comenta satisfecho, y agrega:
-Me pasaban cosas tan bonitas como esta anécdota:
Una noche dormí en la sacristía de una capillita, en la vereda de un municipio. Al día siguiente no había agua…, yo en pijama me pregunté ¿qué hago? Tengo que averiguar quien me puede dar agua. Entonces me puse unas botas pantaneras, pues todo era un barrizal… caminé por ahí en pijama, llegué a una casa, saludé y…
-Monseñoooor, ¿cómo amaneció?
-Bieeen
-¿Qué se le ofrece?
-No tengo agua
-¡Aaah! Venga aquí y LO LAVAMOS, con mucho gusto…
Menos mal que tenía una pantaloneta… y ellos ¡con una manguera comenzaron a LAVARME! como si fuera un carro… ¡me lavaron! Y me decían:
-¡Dese la vuelta… sí… ya quedó bien por este lado… ahora por el otro…!
Así son los campesinos, sencillos, amables y sin prejuicios… no les importó que el obispo anduviera en pijama por la vereda… Y uno pensando:
-¿Qué dirán? ¡me van a ver en pijama!…
Para ellos no importaba, lo importante era que estuviera con ellos… Por eso, animado, conocí todas las veredas de la diócesis.
El obispo se entusiasma y continúa contando más anécdotas:
En otra ocasión una familia campesina de Supatá me preguntó:
-¿Cuándo viene a almorzar?
Nos pusimos una cita y llegué. Estaban felices. Almorcé con ellos. Y luego me dijo la señora de casa:
-Venga para acá a una ‘piecita’; esta es la cama de mi hijo… Acuéstese ahí a ‘echar siesta’.
Y aunque yo nunca hago siesta, le dije que sí, y se lo agradecí; entonces me puse a ‘echar siesta’… miraba toda la habitación tan sencilla y humilde… la cama, las paredes… y luego de unos 45 minutos me levanté y ella feliz de que yo había ‘echado siesta’ en la cama de su hijo mayor…
Su espíritu deportivo también incluía los caballos:
En Facatativá algo que también hice y mejoré fue montar a caballo, pues allí estaba la Escuela de Carabineros; me tenían un caballo; iba y montaba un rato…
-¿Tiene fotos de esas correrías y de sus momentos como jinete?
-Lamentablemente en la diócesis no había mucha preocupación por la memoria histórica, solo monseñor Carlitos estaba interesado. Me puse a buscar algo de cada obispo: cáliz, un ritual, un anillo, bulas, sus cosas, y así con algunos armé unas pequeñas vitrinas de los obispos; allí dejé muchas fotos, para que se organice una historia. Por esto no tengo por aquí…
Nos comparte las gratas memorias de su experiencia como pastor, padre y maestro.
Se pueden descubrir otros aspectos de la claridad eclesial, paterna y formativa que había ejercido sobre su clero, en los años como obispo de Facatativá:
-Reunía a los seminaristas todos los fines de semana y los invitaba a tomar onces, dialogar sobre todos los asuntos. Sé que me veían con sentido paternal. – Comenta con sencillez, pero calla con humildad el hecho de haber dejado marcado el clero de esa diócesis con su indeleble sello pastoral.
¿Cómo es eso de ser tres veces obispo de una diócesis?
-La primera ya la conocemos, que fue el paso del Seminario Mayor de Bogotá a esta región cundinamarqueza, en 1986; presenté mi renuncia cuando cumplí 75 años, en marzo de 2010.
-La segunda fue, el nombramiento de la Santa Sede como Administrador Apostólico antes de la posesión de mi sucesor monseñor Luis Nova. Cuando nombraron a mi sucesor, el nuevo obispo, Luis Nova, hijo de Subachoque, la gente lo quería mucho y yo lo consagré obispo. A pesar de que éramos muy amigos, decidí tomar distancia de la diócesis, para no incomodarlo, pero él pronto enfermó de cáncer. Yo les había aconsejado a los sacerdotes que no lo dejaran solo; les recomendé turnos de cuidado, pero cuando lo visité estaba solo. Por fortuna le puse los santos óleos, – pues nadie había pensado en eso-. Hablamos… Esa noche murió. El clero me consultó sobre dónde sepultarlo, y les aconsejé que lo sepultaran en la catedral. Lo llevaron a Subachoque mientras le prepararon lugar en la Catedral. Se celebraron las exequias y lo sepultaron en la que fue su sede.
La tercera ocasión fue, cuando, luego de la muerte de monseñor Nova, se reunió el Consejo de Consultores y decidió nombrarme Administrador Diocesano. Fue una decisión muy madura y autónoma, sin consultar a la Nunciatura tomaron su propia decisión. Eso habló muy bien de la madurez de su responsabilidad como Consejo de Consultores. Por mi parte pregunté al cardenal (por ser el Arzobispo de Bogotá cabeza de la Provincia eclesiástica) y él me dijo:
-Muy bien, muy bien; ¡acepte!
Entonces acepté… Y… ¡volví, y ejercí!
Con el siguiente obispo, monseñor José Miguel Gómez, fuimos también cercanos; conmigo se portó admirablemente, él me quiso mucho y yo lo aprecio. Ciertamente, fue otro estilo de gobierno eclesial en Facatativá. Pero para cuando fue nombrado Arzobispo de Manizales, entonces, desde Roma, llegó el nombramiento de monseñor Pedro Salamanca como Administrador Apostólico.
Ahora, uno de sus discípulos del seminario bogotano, monseñor Pedro Salamanca, auxiliar de Bogotá, está en la tarea de Administrador Apostólico de Facatativá, ¿qué puede decirnos de él?:
-¿Pedro? Está ¡súper… súper… súper bien! Dios quiera que se quede ahí… Dios quiera… Ha ayudado a volver a unificar al clero, que parecía haberse dividido. Y ha hecho una obra maravillosa…
Y como dice el dicho eclesial ‘de Roma viene lo que a Roma va’, esperamos que los buenos vientos que están soplando en Facatativá, con el obispo Pedro Salamanca lleguen a Roma, y nos devuelvan pronto una buena noticia; auguramos lo mejor para esta querida diócesis que ha tenido en monseñor Romero un muy buen pastor, y ahora con Pedro Salamanca un excelente sucesor… Consultado el sensus fidelium, esperamos celebrarlo pronto…
Monseñor Pedro Manuel Salamanca Mantilla, actual Administrador Apostólico de Facatativá, discípulo de monseñor Gabriel Romero, ha logrado realizar una maravillosa misión pastoral, unificando al clero de la diócesis y trabajando con todos los fieles; en esta foto con el equipo de pastoral vocacional de su diócesis, por lo que le auguramos la confirmación eclesial de su misión.
Son muchos los clérigos que tenemos tanto que agradecerle, excelencia, cada uno de acuerdo a su propio proceso. Por la formación que dio, el horizonte que trazó, la disciplina que también imprimió, el cuidado de sí mismos que enseñó, su paternal atención en tantos detalles, las visitas a los hogares de los seminaristas, y tanto más:
-Conocer las familias de los seminaristas era muy importante para conocerlos y entenderlos, -declaró con alegría y satisfacción.
Monseñor Romero en sí mismo es una Escuela de formación para el clero, de él se aprendían los modales, estilos de predicación, formas de relación con los fieles y hasta la audacia para saber responder preguntas capciosas. Llevaba a los neoseminaristas a celebrar la Eucaristía, matrimonios o confirmaciones en diversas parroquias, o los recogía en íntima plegaria en el oratorio monseñor Perdomo del Seminario, y les presidía la Eucaristía.
De monseñor Romero algunos aprendimos las primeras asanas (posturas) de yoga, como ejercicios para disponer mejor nuestro cuerpo y sosegar nuestra interioridad. Él siempre ha sido un hombre de mente abierta que ha podido recoger de la sabiduría de otras Tradiciones para enriquecer su fe cristiana como pastor y obispo, tal como lo recomienda la Iglesia. Sobre otros asuntos, en medio de las dificultades que presentan algunos clérigos, cree que muchas situaciones difíciles no se deben enmarcar ni abordar solo con juicios morales, sino que se ha de tener una mirada más amplia para entender los procesos de crecimiento humano, en el que la espiritualidad marca un importante paso…
-Es un asunto que aún está pendiente en la formación sacerdotal-, confirma.
Concluye este diálogo franco, como su apellido, con una expresión simple, que describe su mirada sobre su actividad episcopal:
-Yo gocé el ejercicio de mi ministerio como rector del seminario, y en todas partes, con los fieles y sacerdotes de la diócesis, -es su sentencia final y agradecida.
El almuerzo, compartido en familia, con sus hermanas, sirvió de colofón a este bello encuentro en el que se volvieron a recordar los motivos por los cuales monseñor Luis Gabriel Romero Franco pasará a la posteridad como padre y maestro del clero.
Monseñor Gabriel Romero mantiene una continua cercanía con sus hermanas, Leonor, Lucía, Mercedes, una de las cuales lo acompaña en su apartamento; sus hermanos Eduardo y Fernando viven en Tabio.
NB: Queda pendiente la publicación de un libro con la extensa obra pastoral de monseñor Luis Gabriel Romero Franco. Auguramos prontamente publicada desde la diócesis de Facatativá.
Víctor Ricardo Moreno Holguín, Pbro.
NOTA: Monseñor Gabriel Romero agradeció el presente artículo e hizo algunas precisiones, que ya fueron consignadas en el texto actualizado.
Agradecimientos a sus familiares por compartirnos su fotos.
COMENTARIOS:
P. Lorenzo Botía: Muy interesante, muy merecido todo reconocimiento, me gustaría saludarlo.
P. Isaías Márquez: P. Víctor Ricardo, mil gracias por su publicación. (Mons. Romero) fue mi capellán en Chapinero. Ya son 60 años de conocerlo y admirarlo. De nuevo, mil gracias.
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