El Papa lamenta que en la actualidad se ha perdido el sentido de la adoración, del silencio, ante la Eucaristía
Ante los miembros del Comité organizador del próximo Congreso eucarístico nacional de los Estados Unidos de América, y haciendo eco al Evangelio en el que el Maestro se anuncia como Pan vivo bajado del cielo, nos recordó este 19 de junio, que, la Eucaristía es la respuesta de Dios al hambre más profunda del corazón humano, al hambre de vida verdadera: en ella Cristo mismo está realmente en medio de nosotros para alimentarnos, consolarnos y sostenernos en nuestro camino. Pero…
“Por desgracia, hoy en día, a veces entre nuestros fieles algunos creen que la Eucaristía es más un símbolo que la presencia real y amorosa del Señor. Es más que un símbolo, es la presencia real y amorosa del Señor.”
Es por eso que hay que
“recuperar el sentido de la maravilla y del asombro ante este gran don que el Señor nos ha dado, y a pasar tiempo con Él en la celebración de la Santa Misa, así como en la oración personal y en la adoración del Santísimo Sacramento.”
Indudablemente, en medio de una cultura del espectáculo, del ruido y de la falta de interioridad, el Papa se pronuncia:
“Creo que en esta época moderna hemos perdido el sentido de la adoración. Debemos recuperar el sentido del silencio, de la adoración. Es una oración que hemos perdido, poca gente sabe lo que es, y vosotros, Obispos, debéis catequizar a los fieles sobre la oración de adoración; la Eucaristía nos lo pide.”
La adoración es una práctica de orden contemplativo y silente que encuentra dificultad para abrirse paso en medio de nuestros procesos evangelizadores. Entre otros motivos porque, incluso los pastores parecemos desconocer lo que es el silencio, que va más allá de cerrar los labios. Es toda una experiencia integral de abandono, prosternación y reconocimiento de la presencia Divina, desde el interior; requiere aprenderse y practicarse con mucha seriedad.
“En la Eucaristía encontramos a Aquel que se nos ha entregado por entero, que se ha sacrificado para darnos la vida, que nos ha amado hasta el extremo. Nos convertimos en testigos creíbles de la alegría y la belleza transformadora del Evangelio sólo reconociendo que el amor celebrado en el Sacramento no puede guardarse para nosotros mismos, sino que exige ser compartido con todos. En esto consiste el trabajo misionero: vas, celebras la Misa, comulgas, adoras… ¿y después? Después sales, sales a evangelizar, Jesús nos «hace» así…”
Nos urge establecer la adoración, comunión y contemplación para la misión, como la principal forma de devoción en una Iglesia que tiene puesta su esperanza en el Señor…
Víctor Ricardo Moreno Holguín, Pbro.
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