En este momento en que tenemos tan presente al cardenal Rubén Salazar, a causa de su estado de salud, le auguramos bienestar y elevamos por él nuestras oraciones, pues su corazón acaba de decirle ‘aquí estoy’. Y, precisamente, relacionada con el corazón, recordamos una anécdota en la que él pronunció unas palabras muy profundas sobre el corazón del sacerdote.
Sucedió en una reunión decembrina del clero. Fue una situación inusual en la que los participantes quedamos agradecidos, más aún por tratarse de un asunto tan personal de quien fuese nuestro arzobispo. Decidió sentarse a la mesa con un pequeño grupo de sacerdotes, y luego de un breve diálogo salpicado de humor, el asunto sobre la mesa tomó el rumbo de coloquio espiritual.
El tema era tan delicado como profundo: ‘cómo orar continuamente, incluso mientras se duerme en el descanso nocturno’. Sobre esta práctica los presentes mostraron gran interés. “¿Cómo es posible? -inquirió alguno-, pues si se duerme ya no se es consciente, por tanto, no hay oración”. A este respecto está el testimonio de los místicos, quienes responden: “Es necesario hacer descender la oración de la mente al corazón, para que cuando la mente duerma el corazón ore… La respiración es fundamental en este proceso”– aclararon algunas intervenciones-.
Él quiso hablar sobre el silencio, la meditación y la contemplación, siguiendo las orientaciones de los místicos, pues hacía poco había inaugurado la sede de la Escuela de Contemplación .S.A.L.M.O.S. Allí fue donde generosamente nos abrió su corazón el cardenal Rubén Salazar. Recordamos aún sus palabras y el brillo de sus ojos mientras nos hacía esta confesión: “Eso es cierto. Suelo hacer una oración del santo Cura de Ars que dice:
‘Te amo, Oh mi Dios.
Mi único deseo es amarte hasta el último suspiro de mi vida.
Te amo, Oh infinitamente amoroso Dios,
y prefiero morir amándote que vivir un instante sin Ti.
Te amo, oh mi Dios, y mi único temor es ir al infierno
porque ahí nunca tendría la dulce consolación de tu amor.
Oh, Dios, si mi lengua no puede decir cada instante que te amo,
que mi corazón lo repita cada vez que respiro.
Ah, dame la gracia de sufrir mientras que te amo,
y de amarte mientras que sufro,
y el día que me muera no solo amarte sino sentir que te amo.
Te suplico que mientras más cerca esté de mi hora final
aumentes y perfecciones mi amor por Ti. Amén.”
Y repitió:
Oh mi Dios, si mi lengua no puede decir cada instante que te amo,
que mi corazón lo repita cada vez que respiro.
Todos en la mesa guardamos silencio. No solo porque hablaba el pastor sino por cómo hablaba el director espiritual de la arquidiócesis. Hablaba desde el corazón. Podemos recordar que, aunque sus ojos abiertos perdían el horizonte, su mirada estaba enclavada en su propia alma. Sus labios no recitaron una oración memorizada, sino que abrían una puerta a una realidad que solo es palpable cuando se ve desde el hondón del alma, como dice san Juan de la Cruz.
Así, con inmensa generosidad, el cardenal nos permitió ver algo que solo él puede saber en su intimidad espiritual, en su relación con el Señor. Es cierto, no repitió una bella oración, -que con seguridad muchos conocemos-, sino que nos dejó ver que él se ha abismado en esa experiencia, con la fuerza del anhelo interior que hace posible una mayor adhesión al Señor Jesús. Todos debemos saber que la maestría en la espiritualidad se alcanza cuando se llega al abismamiento en la búsqueda amorosa del anhelo orante que se sumerge en la Presencia Divina. Pura experiencia mística contemplativa.
¡Qué alegría! en un momento inesperado, en torno a una mesa, vimos al cardenal Rubén a corazón abierto; nos dejó ver su lado místico. Esta intimidad de su corazón, con seguridad la tendremos presente ahora que su corazón ha manifestado fatiga, – no ciertamente de orar-, sino de haber perseverado por tantos años con infatigable corazón de pastor entregado al servicio de su Iglesia, con cerca de 80 años de edad, 55 de presbiterado y 30 de episcopado, que celebraremos este 25 de marzo.
Señor cardenal, el presbiterio de las diócesis que ha pastoreado lo tiene muy presente, ¡cuente con nuestra oración! Acompañamos a su hermana María Luz y demás familiares.
También invocamos a nuestra Madre, María, para que sea auxiliadora del cuerpo médico que atiende al cardenal Rubén.
Víctor Ricardo Moreno Holguín, Pbro.
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