José aprendió a vivir su existencia con amor, como creyente. Él escuchaba los sábados en la sinagoga, palabras como: “Amarás al Señor Tu Dios, y a tu prójimo como a ti mismo”, pero también lo experimentó en todo su ser. Para José, María fue el objeto de su amor; ella fue su posible ‘reina’, si él llegase a gobernar, pues era un descendiente del Rey David. Pero, descubrió que el camino de amor que Dios le trazó, lo invitó a formar no solo un hogar para él, sino para toda la humanidad. El afecto y los sentimientos no le fueron suficientes, fue necesario que desarrollara el arte de amar, como un don de Dios.
El arte de amar requiere encuentro, transparencia, perdón, entrega, gozo compartido; esto lo refleja la actitud de José en medio de las dificultades de su hogar. Veamos el rostro de un José enamorado de María, enternecido con Jesús, paciente con el adolescente que se quedó en Jerusalén sin su conocimiento. No sabemos hasta dónde José pudo reconocer la realeza espiritual de su hijo.
Por eso debió vivir un amor lleno de humildad y decisión. José necesitó de una profunda comunión con Dios para amar así. Por eso, nuestra oración está llamada a ser más un encuentro amoroso que un discurso; una mirada tierna más que unas manos que piden, una confianza absoluta más que un reclamo de beneficios. Así fue la oración de José, el hombre que había desarrollado las artes de contemplar, amar y cuidar.
SALMOS Espiritualidad Integral
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