El primer altar para el encuentro con Dios está ante mi prójimo; el segundo está en el templo. Al menos de esa manera nos lo deja entender el Maestro. Pareciera que debiéramos estar ejerciendo un continuo sacerdocio en el altar de nuestras relaciones con el prójimo, antes de pasar al gran altar de Dios. O si queremos decirlo: el altar ante el prójimo parece ser un peldaño para acceder al altar del templo, como hijo de Dios.
Es muy fácil ir al templo parroquial, y ante una imagen, o un altar bellamente decorado, hacer una ofrenda a Dios; es más fácil. Pero es más difícil estar de pie ante un ser humano, con quien nuestras relaciones están rotas, mirarlo a los ojos y darnos un abrazo reconciliador. Sin embargo, el acento no está en ninguno de los dos altares; el Maestro parece poner el acento en el propio corazón de quien se acerca a los altares. Pues en el altar del prójimo debo saber agachar la cabeza, para reconciliarme, y en el altar del templo debo saber levantar la cabeza sin vanidad. Lo que media entre ambos es un corazón que ha sabido sumergirse en la paz que solo Dios da.
Nuestra práctica contemplativa es un camino para abismar el corazón en la paz que solo procede de Dios. Desde allí estaremos dispuestos a reconstruir los puentes rotos con nuestros hermanos y a dar el paso sobre los peldaños ante el altar de la ofrenda agradable en el templo. Así, en tres altares se eleva el incienso, pues mi corazón parece ser el tercer altar.
SALMOS Espiritualidad Integral
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