Un día cualquiera nacimos. Fuimos arrojados a este mundo, con un parto prematuro; estábamos en nuestra zona de confort dentro del vientre materno; de pronto un día cualquiera, nacimos a este mundo lleno de alegría alrededor, de sueños, de propósitos venideros en el tiempo. Nuestra matriz existencial con todo lo que ella implica, el conocimiento, la religión, la cultura, el arte y la vida misma, estaba soportada sobre una estructura lógica piramidal: A – B – C. Donde A y B, somos nosotros, los sujetos, los humanos, interactuando en un espectro de múltiples relaciones. Y C, para nosotros hombres de fe, es Dios, ordenador de la vida, dinamizador del espíritu vital, razón de ser de nuestra identidad, de lo que creemos ser. (Para otros, C, es el poder, el dinero, el placer, la nada, etc.).
En esa dinámica gastamos los mejores años de nuestra vida. Atizamos a fuego lento por todos los lados de la lógica de la pirámide, el arte longevo de la dialéctica y la metafísica para dar sentido de nuestro ser en el mundo.
Al final fuimos perdiendo la batalla con el paso de los años. Nuestros cuerpos se mostraban enfermos, débiles, envejecidos por el tiempo. Y con un cuerpo así, también nuestras facultades mentales, psíquicas y espirituales, fueron menguando de forma aterradora. Sí, ya no éramos los mismos. Esa estructura lógica-piramidal ya no era suficiente para recrear nuestra vida. La lógica de la existencia nacida de la teoría del hilomorfismo, estaba limitada en nuestros propios límites por el devenir circunstancial de la vida.
La historia nos había arrinconado en el olvido y la nostalgia nos envolvía en nuestro propio dolor. Las relaciones de A, entonces B, estaban empobrecidas por cualquier motivo. Esa lógica ya no tenía sentido. Leer nuestra vida bajo la estructura de una pirámide limitada por sus límites, resultaba penoso para terminar nuestra vida. Eso, al final nos hace llorar.
Era la primera vez que vi llorar al Obispo, cogiéndose la cara con sus manos temblorosas. Y todos los que estábamos ahí no nos contuvimos y también lloramos, con un llanto silencioso y a la vez profundo. Fue cuando pensé todo esto que estoy escribiendo. Pero también recordé otras formas de entender y reinterpretar la vida, que hoy gravitan al margen de la lógica: la vida está llena de “pliegues” infinitos que no tienen principios, ni comienzos, ni formas, desde los cuales se puede encontrar sentido. Porque, no todo es línea recta, hay curvas que se tornan en puntos de inflexión, en la búsqueda de lo que somos.
El obispo lloró, pero su llanto aunque nostálgico y sin defensas, expresión de debilidad y reminiscencias encuentra sentido también, desde la perspectiva del “pliegue”, fuera de los límites de la lógica, para atestiguar y decir, que pase lo que pase, en la vida del Obispo, en la nuestra o en la de cualquiera, “el mundo en el que vivimos y en el que estamos es el mejor posible”.
P. Rodrigo Poveda – Gigo
Diócesis de Engativá
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