Hay muchas cosas por decirse, por pensarse, y por escribirse. Pero lo que hasta ahora se ha dicho, se ha pensado y se ha escrito, son cosas geniales, cuando recorren tales cosas, los laberintos míticos del cerebro humano capaz de volverse sobre sus propios pensamientos y sensaciones que expanden los cuerpos humanos más allá de las mentes atrapadas en sus profundas cavernas.
Nunca antes, me había encontrado con una página de la literatura surrealista, tan bella, llena de arte, de forma estética y plástica bien delineada, que desborda los límites de la racionalidad, para expresar con ímpetu los movimientos del subconsciente, donde se albergan los más oscuros deseos carnales de todo ser humano, a los que pocas veces puede o suele sustraerse no sin antes dar riendas sueltas a sus apetitos que por inconscientes que parezcan no dejan de ser humanos, demasiado humanos.
Me refiero, a aquella carta “el claro Abelardo”, recopilada en el libro del poeta y dramaturgo francés Antonin Artaud, publicado en 1929, “el arte y la muerte”. En esta hermosa página de la literatura francesa se describe las tormentosas pasiones del sacerdote Abelardo, quien entra en contradicción con el cielo, al enamorarse de Eloísa y engancharse con ella en un fuego abrasador. “A partir de hoy, Abelardo ha dejado de ser casto. La estrecha cadena de los libros se ha quebrado”. “Él la tiene. La posee. Ella lo sofoca. Y cada página abre su arco y se adelanta. Ese libro donde se da vuelta la página de los cerebros”.
La profundización en los deseos de Abelardo sigue soltando tinta en la descripción de sus tormentos: la contradicción entre el cielo y la tierra, entre el espíritu y la carne; entre la conciencia y la inconsciencia. El autor pone en conflicto lo que Abelardo representa como sacerdote con lo que Abelardo es como humano, como hombre. Mata en él, al cielo, al espíritu, para abrirlo a la carne, al amor, al ser hombre, eliminando barreras que den campo a su deseo: Eloísa, Eloísa, “Y QUE ES ESO LO QUE QUIERE”.
Conozco a muchos “Abelardos”, que se han visto confrontados en su ser por las apetencias razonables de la carne, de lo humano, de lo demasiado humano. No han podido sustraerse a la presencia de una Eloísa naturalmente voluptuosa. Como dice el autor, ni los santos han podido: “San Francisco de Asís, que me guardaba el sexo, se aleja. Santa Brígida me abre los dientes. San Agustín me desata el cinturón. Santa Catalina de Siena adormece a Dios”. Y todo sucede, el fuego de la pasión da paso a la consumación.
Seguirá el tiempo su marcha sin detenerse, pero siempre estará presente en él, Abelardo con su pasión bajo el azul del cielo, en plena confrontación.
P. Rodrigo Poveda – Gigo.
COMENTARIO: Además, en el libro ‘EL AMOR Y LA MUERTE, la tragedia de Eloisa y Abelardo’, José Luis Corral, presenta en un muy grato relato, de manera histórica y novelada este acontecimiento que implicó las decisiones de eclesiásticos -como la de san Bernardo- sobre la visión filosófica y teológica de la edad media, y que aún influye en nuestros días. Es un libro que vale la pena leer.
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