Ya estamos escuchando o leyendo cómo los precursores de este invento, la ‘Inteligencia Artificial’, dejan oír sus advertencias sobre el peligro que esto traerá en breve plazo a la humanidad. Basta como botón de muestra el dato sobre los millones de empleos que se podrán perder.
Pero comencemos por el principio y entendamos que, como su nombre lo indica, la inteligencia artificial no es más que eso el intento o pretensión de que un juego o encaje de máquinas (computadoras u ordenadores) y/o funciones mecánicas de estas mismas máquinas sean capaces de hacer lo mismo que la inteligencia humana y natural, por eso es artificial. ¿Y a qué costo económico y humano?
En este ‘desorden’ de cosas que nos ha traído la anarquía de la tecnología no podemos olvidar principios y axiomas que como cimientos y piedras angulares han sostenido a través de los tiempos verdades insoslayables e irremplazables o insustituibles como: “El hacer es consecuencia del ser”, “No hay efecto sin causa”, “La parte está en el todo” y/o “La parte no es mayor que el todo”. Así, pues, la inteligencia artificial nunca podrá ser igual o ni siquiera equipararse con la inteligencia natural, la que es por naturaleza, propia del ser humano.
Es el ser humano el que desde los orígenes ha sido credo a imagen y semejanza de su Creador y goza no solamente de las facultades materiales, exteriores y sensibles sino que posee unas facultades superiores, el entendimiento o inteligencia, la voluntad y la conciencia que le permiten acceder a la verdad y rechazar lo falso o la mentira, obrar el bien y vencer el mal, y discernir entre lo uno y lo otro, entre el bien y el mal. En pocas palabras, son estas facultades superiores las que nos permiten acceder al verdadero conocimiento de nuestra propia realidad, poder ser humanos, ser capaces de sentimientos y de remordimientos. Ser cada individuo, cada persona, única e irrepetible, capaz de vivir en relación con las demás personas, consciente de su propia naturaleza capaz de llegar al conocimiento de sí misma y ser responsable, saber responder por sus actos.
En el año 1989 en el capítulo sobre la ‘Opción por el Hombre desde el Evangelio’, (a la luz del discurso inaugural de San Juan Pablo II en Puebla) y para el Marco Teórico de Formación para el Programa de Educación Ético-liberadora, en el aparte sobre ‘Hombre, Ciencia y Tecnología’, escribí lo siguiente: “La ciencia y la técnica han avanzado y han alcanzado tales alturas que, tras surgir del quehacer humano, están ya convirtiéndose en el monstruo que se traga al que fue su amo. Como en una página de la mitología, la fuerza de los dioses sacó de la profundidad de la caverna a aquellas criaturas que estaban aherrojadas para que más tarde ellas mismas, jugando a la libertad, desencadenaran una tormenta que amenazara arrancar de raíz aún a los mismos Titanes… Principios y valores van cayendo al paso del progreso científico y tecnológico. Como pulpo gigantesco va tendiendo sus tentáculos y penetra hasta lo íntimo de la conciencia del hombre…”
Y ahora, en el 2023, treinta años después, qué es lo que está pasando con las ‘redes sociales’ que aprisionan a los que caen en ellas, a niños, a jóvenes y adultos convirtiéndolos en objetos de uso y de consumo, manipulándolos en constante y esclavizante competencia por aparecer, figurar, ganar “likes” de atolondrados y desprevenidos seguidores hasta causar toda suerte de males, inclusive la pérdida del instinto de conservación llevando el suicidio y, como si fuera poco todo esto, llega la Inteligencia Artificial y ¿qué es lo que pretende suplantar?
Instagram, Facebook, Tik Tok, y todo lo demás que se ha convertido paso a paso en la vitrina perfecta del postureo, del exhibicionismo, del narcisismo y de una crítica más destructiva que constructiva con la abundancia de ‘memes’ y ‘likes’ para devorar el tiempo, las energías, la independencia y autonomía del pensamiento, ha venido a convertir a cada usuario –léase víctima- en un objeto más del engranaje de la maquinaria manipuladora y empobrecedora de la libertad, la dignidad y la responsabilidad propias del ser humano. Con cuánta razón y verdad se les denomina o llama ‘redes’ y cuántos por vivir en ‘la nube’ sin poner los pies en la tierra van cayendo día a día quedando atrapados.
Con buen humor se dijo de Cyrano de Bergerac: “Erase un hombre a una nariz pegado” y ahora, de muchos individuos podemos decir que tratan de ser ‘persona’ a un celular amarrado.
¿Seremos capaces de salir de esta maraña, librarnos de este pulpo y salir de esta esclavitud y telaraña para crecer y vivir libremente como personas y no ser tratados tristemente como objetos o cosas? ¿Nos ayudará la Inteligencia Artificial a bajarnos de esa nube de soberbia y de ciega arrogancia para poder ser conscientes y actores responsables de nuestro propio destino y no estar al vaivén de intereses oscuros y ajenos?
Ya en el 2021, Henry Kissinger, advirtió de los peligros que la Inteligencia Artificial Implicaba para la humanidad y de la necesidad de que los gobiernos se prepararan para los riesgos potenciales asociados con esta tecnología. (Ver, ‘La era de la I. A. y nuestro futuro como seres humanos’).
“La Inteligencia Artificial hay que cuidarla como a un arma nuclear”, afirma su propulsor Sam Altman. Y nada se nos dice del enorme costo económico y humano, los miles de millones de dólares que eso cuesta, ¿a cuántos hundirá en la pobreza intelectual y material, y cómo afectará la jerarquía de valores de cada ser humano, de cada personas o individuo?
La tecnología y la ciencia sin ética son armas dañinas, peligrosas y mortales.
P. Jorge A. Martínez-Espinosa.
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