Compartimos este testimonio de un sacerdote, que nos aproxima a lo que experimenta, en su privación de la libertad, a propósito de la fiesta de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote.
Agradecido con Dios y con la fraternidad de otros sacerdotes, además de expresar su nostalgia por el ejercicio del ministerio, sus palabras no dejan de ser a la vez que impactantes, conmovedoras y motivo de sentida meditación. Se trata de uno de los nuestros tras las rejas, extrañando la vida que llevábamos juntos en comunidad y el trabajo compartido en nuestros apostolados:
“(estoy) Extrañando mucho el ‘ser’ sacerdotal que hay en mí en el ejercicio, sobre todo, porque no dejo de ser lo que me dieron…”
Pareciera que la limitación que nos distancia de aquel que cae en desgracia, fuera más una limitante afectiva -colmada de miedos-, que una incomprensión del Evangelio. En verdad, todos quisiéramos ser solidarios, pero -extrañamente-, a veces da la impresión, que hubiésemos aprendido que ‘acercarse’ (como el Buen Samaritano), posiblemente nos ‘contagiaría de la desgracia’ (visión mágica de la vida), o peor aún, que ‘no es bueno para mi propia imagen’: ¿qué dirán si digo que era su amigo? (visión egocéntrica de la existencia). En esto, el testimonio del señor arzobispo, nos anima, pues él mismo lo ha visitado en la cárcel.
“De mi vida les cuento que aquí, adaptándome a esto. No es fácil, pero tampoco puedo decir que la he pasado mal. Gracias a Dios, y con la bendición de Él, he estado bien, Tranquilo, y a Dios gracias en un lugar tranquilo, en lo que se puede.”
Ante el desconocimiento de cómo puede llegar a ser la existencia privada de la libertad, lo que podamos imaginarnos no trae las sensaciones propias de la situación. Tal vez por eso no deja de ser chocante escuchar estas palabras de alguien que, como nosotros, ha predicado y vivido la libertad del Evangelio. Indudablemente sus expresiones resuenan, dado el anhelo de lo que esperamos vivir siempre.
“Yo me encuentro tranquilo, en paz, bien. Aquí, ayudándole al padre… en la pastoral de los patios, Dirigiendo la capilla. Visitando los mismos patios en la parte pastoral y atendiendo un poco la catequesis.”
Conforta y da sosiego saber que ha podido ir ajustando su existencia en medio de las limitaciones de su estado, y que, en medio de tal, se ha abierto una puerta para el servicio al Evangelio. Su ejercicio de la misión como bautizado no termina, y como sacerdote, aunque limitada, siempre lo impulsa, hasta compartir con el capellán. La comprensión y generosidad del pastor, le da un espacio de ‘respiro’ a su anhelo evangelizador, que siempre el Señor impulsa secretamente.
“Quiero agradecerles siempre su interés por mí, su oración. Quiero agradecer su compañía a mi hermana. Estar pendientes. Agradecerles su misericordia, su oración. Pedirles que no me olviden en la oración, En una Eucaristía; aunque sea en algún momento de la semana por mí.”
Es cierto que, ante la situación que él vive, el desconcierto no nos permite saber qué actitud asumir, más aún cuando pisa el dintel de nuestro presbiterio. Ciertamente es más fácil ir a visitar a un enfermo o a alguien que requiere otro tipo de misericordia. Quienes están en la cárcel tienden a ser olvidados en el san alejo de nuestra mente y corazón… (a propósito del Sagrado Corazón), tal vez porque la misma sociedad ha acordado ‘hacerlos invisibles’, y es entonces cuando redescubrimos que, a la larga, nosotros mismos somos esa ‘sociedad’. Él, por su parte, parece manifestar que la nostalgia de lo que se es, incluye la comunión con los otros.
“Cuenten, con mi oración, todos los días, sin cansancio, más que antes. Esperando que Dios los cuide, los proteja, los bendiga, los aísle del peligro de esta sociedad, y los mantenga dentro de la misma, con una espiritualidad profunda.”
Un hermano tras las rejas ora por nosotros, que gozamos de la libertad y del cumplimiento del ejercicio de nuestro ministerio: dolor reconfortante, paradoja vinculante, pero compromiso estimulante. La comunión de los santos se mantiene más allá de las limitantes humanas, de las estructuras y leyes sociales, y de nuestros humanos respetos.
“Solamente quiero pedirles que se cuiden, se cuiden, se cuiden y se cuiden… y se protejan…”
La actual esperanza, con una situación como esta es que parece que se despiertan entre nosotros sensibilidades más abiertas y plurales, que nos permiten ser más compasivos, y cada vez a ser menos rígidos en la discriminación. La compasión es señal de una existencia que ha roto el propio individualismo y reconoce que ‘él y tú’, son constitutivos del ‘yo’; que no hay límites infranqueables entre los seres humanos, y menos aún, si se trata de lo que somos, ‘sacerdotes’: mediadores entre cielo y tierra. El apoyo secreto de sacerdotes a sus hermanos privados de la libertad, se constituye en signo de una madurez humana, cristiana y sacerdotal, en una situación tan difícil de gestionar ante la sociedad y la misma Iglesia.
A la vez que, ‘consejo’, nos llegan como una señal, las palabras de este hermano sacerdote. Nosotros por nuestra parte, nos vemos llamados a cuidarnos los unos a los otros y a fortalecer los lazos fraternos, que pongan en evidencia que reconocemos en cada uno de nosotros al Alter Christus, Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote.
Transcripción del mensaje enviado en audio:
“Hola, hermanos.
Un abrazo y una bendición para ustedes.
Paso por aquí para saludarlos, bendecirlos.
Cuenten, con mi oración,
todos los días, sin cansancio, más que antes.
Esperando que Dios los cuide, los proteja, los bendiga,
los aísle del peligro de esta sociedad,
y los mantenga dentro de la misma, con una espiritualidad profunda.
Yo me encuentro tranquilo, en paz, bien.
Aquí, ayudándole al padre… en la pastoral de los patios,
Dirigiendo la capilla.
Visitando los mismos patios en la parte pastoral
y atendiendo un poco la catequesis.
De mi vida les cuento que aquí, adaptándome a esto.
No es fácil, pero tampoco puedo decir que la he pasado mal.
Gracias a Dios, y con la bendición de Él, he estado bien,
Tranquilo, y a Dios gracias en un lugar tranquilo, en lo que se puede.
Quiero agradecerles siempre su interés por mí, su oración.
Quiero agradecer su compañía a mi hermana.
Estar pendientes. Agradecerles su misericordia, su oración.
Pedirles que no me olviden en la oración, en una Eucaristía;
aunque sea en algún momento de la semana por mi.
Y nada… abrazos, bendiciones.
Extrañando mucho el ‘ser’ sacerdotal que hay en mí en el ejercicio,
sobre todo, porque no dejo de ser lo que me dieron.
Solamente quiero pedirles que
se cuiden, se cuiden, se cuiden y se cuiden… y se protejan.
Un gran abrazo y mi bendición.”
(P. W.A.)
Víctor Ricardo Moreno Holguín, Pbro.
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