“Tú estabas dentro de mí, y yo fuera, y, así por fuera, te buscaba” (San Agustín, confesiones, libro 7, 10).
A nivel de Iglesia se puede correr el riesgo de abandonar términos que son propios de nuestra fe, de nuestra esencia cristiana, entre ellos, esfuerzo, ayuno, sacrificio, entrega, discipulado, disciplina, respeto, fraternidad, perdón, santidad y amor, para pasar a nueva terminología que puede estar lejos de la fidelidad al evangelio.
En ocasiones el nuevo lenguaje que debe utilizar el sacerdote para responder a las exigencias de la comunidad, son términos tales como: estrategias, administración, seguridad y salud en el trabajo, vigías, comité de convivencia, programa ELISA, actualización, rótulos de salida de emergencia, anuncios de escaleras, señalización en torno a no hablar, no sentarse aquí o allí, guardar la distancia o usar tapabocas; lenguaje conveniente para los entes gubernamentales y que hace parte del cumplimiento legal, pero que a nuestra gente le puede parecer lejano y un tanto distante. Ahora bien, si dichos términos y protocolos son necesarios, ¿cómo poder luchar para que en medio de esta realidad no perdamos el horizonte de un cristianismo puro?
Los ambientes físicos eclesiales corren el riesgo de pasar a ser lugares y salones de convivencia y no verdaderos espacios sagrados que propician la oración, se deja el micrófono para recordar las normas de bioseguridad y se limita el espacio para el rezo del rosario o la adoración al santísimo, e incluso la preocupación por la ubicación de la cámara o el celular para tener el mejor perfil de la celebración puede hacer olvidar la invocación al Espíritu Santo, para tener una buena homilía y orar por aquella porción de fieles encomendada.
Es importante reconocer que la Iglesia Católica en medio de la pandemia ocasionada por la presencia del virus del Covid – 19 en la humanidad, ha sido la Institución que ha velado por el cumplimiento de las exigencias y normativas actuales, cumple con lo que la ley está exigiendo, pero cada vez se conduce la iglesia a ser corporación, y no casa de discipulado, casa del Señor, lugar de oración, asamblea y comunidad de creyentes. En medio de tanta productividad y exigencia de resultados, pasamos a ser todos obreros de un interés económico para poder salvaguardar y sostener infraestructuras, mantener nómina y sufragar gastos, pero en todo ello, surge la necesidad de preguntarse acerca de ¿cómo preservar la tradición en medio de esta realidad? En todos los aspectos de la vida humana, están los fuertes y hábiles, los audaces y creativos, los replegados y conservadores… öjalá nuestros fieles intuyan que este camino ha sido fruto del desarrollo y avance de las naciones que han privatizado todo cuanto han logrado y que en el afán de tapar los huecos fiscales, no ven a las Iglesias como una institución sin ánimo de lucro, sino que por el contrario, la ven como empresa, dejando de lado aquello que ha sido soñado como escuela de fe, oración y encuentro de comunidades vivas que se escucha, se aman y se ayudan mutuamente.
¿Cuántos han entendido mal la causa y han abandonado el ministerio sacerdotal o la vida consagrada, cuántos laicos han desistido a causa de las incomodidades que genera todo lo que sea regla o estructura? Sin embargo, muchos otros continúan luchando por no perder el horizonte de la fe y el mandato del Señor de “ir por todo el mundo predicando el evangelio” desde colegios parroquiales o universidades. Somos una herramienta poderosa para vivir de una manera más justa y ajustada.
La vida cristiana ha de seguir inspirando a esta comunidad postpandemia. Aprender a ver, escuchar, volver a la casa espiritual, desvelar, escrutar, conquistar, vivir una fe pura, una espiritualidad que ayude a recordar las convicciones cristianas, se seguirá insistiendo en volver a las fuentes, recuperar la Palabra de Dios desde las Sagradas Escrituras y el magisterio de la Iglesia, una comunión de vida que nos lleve a implicarnos en la realidad de la gente y seguir siendo un faro de esperanza para la humanidad, por tanto, busquemos dentro de la Iglesia el horizonte, aquello que el mundo nos empuja a buscar por fuera.
P Wilson Ávila
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