El Covid 19 también nos ha mostrado que podemos vivir sin algunos excesos, que esta vida tan costosa y escasa de calidad, algo mediocre y limitada, ha de despertarnos para encontrar lo esencial, lo verdadero y lo que vale; la familia, Dios, la salud mental.
Innumerables sufrimientos creados, forzados, imaginarios individuales y colectivos de un atroz encarcelamiento del alma y cuerpo sin tiempo para concretar nuestra vida o sanar heridas. Carreras que han causado accidentalidad, muertes, separaciones, quiebras y el dolor de la ausencia por quienes no están para contar y compartir la experiencia de la vida en lo fundamental y lo sencillo. De nada les sirvió ganar un puesto y perder una esposa, obtener un ascenso y terminar sus días en la realidad de la enfermedad, finalizar los posgrados y corroborar que ya no eres necesario o que se está sobrevaluado para desempeñar un trabajo.
Definitivamente en relación al sufrimiento, sobre todo cuando es causado por el pecado estructural, nos lleva a preguntar: ¿Hasta qué punto aguantar y resistir? ¿Cuándo llegará esa hora de despertar, de levantar la cabeza, de reclamar no las migajas de los sistemas, sino una verdadera equidad que parte del sentirnos más humanos, más familia? ¿Por qué aguantar? ya han sido muchas las imágenes que el mundo ha presentado, del soportar la situación y no actuar. Seguimos igual, no avanzamos, no se expresa la voz de protesta contra el escenario en que vivimos, y no se trata del uso extremo de la violencia para expresar la inconformidad o plantear resistencia a una sociedad que presa del afán del día a día, del satisfacer las necesidades o seguir patrones de comportamiento o estereotipos se detiene en el facilísimo y el materialismo; se trata entonces, de acudir a estrategias fuertes, pero dignas y reflexivas de protestar.
Herramientas como la escritura, el arte, la fe, las prácticas educativos, la cultura misma del barrio en que vivimos, la música y el hecho fundamental de poner la mano en el corazón y descubrir un sentido, no del sufrimiento sino de la dignidad, de la calidad, del buen vivir, no cantidad sino calidad, pueden consolidarse como aquella sensibilidad que requiere la humanidad para volver a lo esencial y reconocer en el compartir y en el desarrollo de sí mismos, la clave para ser, para vivir y para contribuir al establecimiento de un mundo más humano en el que haya espacio para todos.
He sido de los que en no pocas ocasiones he predicado la paciencia o el arte de la fortaleza, pero la verdad, me preocupa hacía qué, en quién… ¿Hacia el esposo alcohólico maltratador? ¿Hacia el mal camino que llevan los hijos? ¿Hacia el silencio cómplice de la corrupción? ¿En relación a la señora vecina conflictiva que a toda hora te hace sentir mal? ¿Al jefe abusador y explotador? ¿A los impuestos que se alzan sin piedad? ¿A la negligencia del personal que nos recibe en una institución? ¿A la larga lista de espera para la programación de una cirugía que tal vez llegue cuando hayas muerto? ¿Hasta qué punto desviamos la mirada y soportamos los solapados insultos que el mundo propende?
De verdad que es un terreno espinoso, ponzoñoso, con tinte de revolucionario, que ha de orientarse por un camino de no violencia, pero sí de protesta, de un no a las armas, pero si a las acciones bondadosas y humanas. Las evidencias son suficientes para preocuparnos por promover transformaciones de nuestro presente y con ello dejar una sociedad mejor para las nuevas generaciones, no esperemos a matarnos entre nosotros mismos, ésta es precisamente la hora de la verdad, una verdad que duele, que a todos nos toca, lastima reconocer que los malos no son solo quienes están en el poder, pues en nuestras manos también hay grandes responsabilidades. ¿Cuántas injusticias desde lo más sencillo se generan? trampas, envidias… el avispado, el astuto, cuantos atajos para alcanzar metas. Robar monedas al papá no está bien, mentir para ver a los amigos no es correcto, hacer fraude en los exámenes no es el camino prudente para aprender y burlarse del mejor de la clase, eso aumenta nuestra ignorancia, ¿Cuánta bondad le hace falta al corazón?
La verdadera sanación parte del reconocimiento de nuestras fragilidades e infidelidades, de examinar el nivel de nuestras ambiciones y tomar conciencia de esas partes oscuras que todos tenemos, para poner toda la vida al servicio de los demás. Qué valioso resulta poner de nuestra parte, aun perdiendo, aun sacrificando, pero situando la mirada en lo grande o en lo que puede llegar a ser. La etapa histórica por la cual estamos atravesando, no es un momento para quedarse añorando el pasado, pues se trata de mirar hacia adelante y apelar a los valores que se han dejado de utilizar, la solidaridad, la empatía, el respeto, la cordialidad, entre otros. Es preciso resolver la división de clases, dejar de atizar el tema de las minorías, porque se les ha sembrado una lucha de derechos que olvida el bien que recibimos todos de todos.
Amarnos los unos a los otros es un mandato, y si nos va quedando grande, acudamos ojalá, a sobrellevarnos mutuamente, tal como dice San Pablo en la carta a los Efesios 4, 2.
Wilsson Avila
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