La Iglesia Católica siempre tiene las puertas abiertas a todos los seres humanos, cargados de proyectos y frustraciones, virtudes y pecados, logros y desaciertos. Cerrar la puerta nos asfixia; no somos una secta. Somos gestores de reconciliación y artesanos de paz. Para esto la escucha es importante; es sinodalidad (arte de caminar juntos con un mismo Espíritu).
La tendencia de las redes sociales y los medios de comunicación, saturados de verdades y mentiras, se enfocan por estos días en la política partidista con sus protagonistas, ante las próximas elecciones. Entre ellos destaca la figura del candidato presidencial Gustavo Petro y su fórmula vicepresidencial, Francia Márquez, del llamado ‘Pacto Histórico’, que congrega a diferente tipo de personalidades. Las encuestas dicen que puntean para ser los próximos gobernantes de la Nación.
Personas de Iglesia se han hecho presentes en estas mismas redes y medios. Se pronuncian con toda gama de opiniones: desde una radical descalificación del candidato Petro, por su pasado guerrillero, su cuestionado desempeño en la alcaldía de Bogotá y su personalidad complicada para gobernar, hasta su apoyo ‘casi mesiánico’ por su conocimiento de los problemas del país, el interés por la equidad que necesita nuestra sociedad y sus denuncias anticorrupción desde el Senado de la República. Y es que, como pasa en el ámbito social, -del que hace parte la Iglesia-, Petro ha generado todo tipo de impresiones: desde ser un individualista soberbio, hasta convertirse en esperanza válida para el cambio que Colombia necesita. Por esto, y por más, ante Petro, nadie en la Iglesia debe quedarse indiferente, -y menos aún-, clausurar puertas.
De Francia, su fórmula vicepresidencial, -la verdad sea dicha-, se está dando a conocer cada vez más en amplios espacios, pues ya había sido reconocida en ambientes relacionados con las negritudes, el trabajo por la mujer y el cuidado de los ecosistemas, entre otros; pero, sin duda, hoy son muchos los jóvenes de diferentes partes del país que la ven con esperanza. A Francia y a Petro los venimos escuchando y queremos saber más sobre ellos.
Hemos sabido recoger el verdadero sentido del verbo ‘escuchar’. Que no es simplemente ‘parar oreja’ a las palabras que pronuncian. Escuchar es una práctica humana natural, inteligente, social, de encuentro, y espiritual; miramos sus reacciones, su lenguaje no verbal y hasta el modo como quieren persuadir a sus electores. De esta escucha no nos podemos deslindar sin más; sobre todo sabiendo que son figuras políticas que están convocando a millones de ciudadanos en las plazas de las capitales y de la provincia a lo largo y ancho del país.
Es importante observar que un amplio sector de esta la ciudadanía, -de la que hacen parte nuestros parroquianos-, evidencia cansancio de las élites políticas tradicionales, de las que nos deslindamos hace muchas décadas, -a Dios gracias-, siguiendo el ejemplo del santo arzobispo de Bogotá, monseñor Ismael Perdomo, quien renunció a meterse en política partidista y por lo mismo fue duramente juzgado, pero la historia le ha dado la razón y ahora va subiendo con paso firme hacia los altares; esperamos su pronta canonización. Ya la Iglesia no le coquetea a los partidos políticos. Sabemos que la vieja trampa de utilizar el púlpito, las redes y medios eclesiales para descalificar ‘a priori’ no ha sido inteligente, democrática, ni católica.
A Petro y a Francia hay que escucharlos. Invitarlos a que nos hablen mirándonos a los ojos. A sabiendas de que el único Mesías es Jesucristo, que el país no lo arregla un individuo sentado en la Casa de Nariño, sino que el cambio que Colombia necesita es con la participación de todos, Izquierda, Derecha, Centro, Arriba y Abajo. En esto, sólo los jóvenes que comprendan que el asunto es trabajando duro, que la transformación del país no les llegará con los brazos cruzados, esperamos que se hagan particularmente partícipes.
Así, la sinodalidad propia de la Iglesia católica incluye a Gustavo Petro y a Francia Márquez. No se trata tampoco de canonizar la ‘catolicidad’ de los candidatos del Pacto Histórico, se trata solamente de demostrarnos mutuamente, – como hijos de Dios, y miembros de la Iglesia-, que podemos sentarnos juntos en torno a la mesa del arte amoroso del bien común llamado política.
Es comprensible el temor de muchos católicos a los candidatos de Izquierda, porque como ya hemos visto los duros ejemplos de Venezuela, Nicaragua, Cuba y de otras latitudes del mundo, tienden a inmortalizarse en el poder, y la Iglesia, que defiende la democracia y la participación, y alza la voz contra las injusticias, se ha visto abiertamente perseguida por esas dictaduras (por ejemplo, en el colmo de su paranoia, Ortega acaba de expulsar al Nuncio del Papa en Nicaragua y se ha apoderado de la nunciatura).
Sin embargo, el papa Francisco siempre se ha acercado a estos regímenes, y aunque ha aprobado sus obras del bien común, también ha sabido reclamar con dureza el peligro de abuso del poder y de querer perdurar en el mismo. Bastará con ir a los discursos que ha pronunciado en los países gobernados por la Izquierda y nos daremos cuenta que pareciera más tender puentes por los aciertos, que levantar muros por los desaciertos. Y de seguro, el Papa lo hace porque sabe que, a la larga, el poder volverá a quien le pertenece: al pueblo democrático, no importa quien esté gobernando hoy o cuanto tiempo dure el peso de su dictadura, todo régimen caerá. Pero nos podemos evitar mucho sufrimiento si nos escuchamos unos a otros y trabajamos juntos.
En concreto, los miedos que Petro ha levantado entre la feligresía católica no son gratuitos, él lo debe aceptar. Ahora hemos visto a Petro más cercano lugares religiosos – cosa que hacen todos los candidatos-, pero la gente no es tonta, y sabe que cualquier persona cuando adquiere poder puede traicionar impunemente sus promesas (como lo hizo Judas). Nuestro país ha recibido muchísimas lecciones desde el mismo grito de independencia.
Invitemos a Petro a que nos hable a los católicos, específicamente a quienes creemos que Jesús es el Mesías; que él también lo reconozca, para que, si va a encabezar un importante cambio para el país, recuerde con humildad que él no es el ‘salvador’ de Colombia, sino solo un gobernante de turno, – ¡claro!, si llega a ganar las elecciones-. Que él es como todos los demás candidatos que tienen la intención de aportar para que entre todos liberemos el país de la corrupción administrativa, causa principal de la pobreza de muchos de nuestros fieles. Que no se trata de hacer relevo de un grupo de corruptos por otro. Además, nos gustaría saber cuáles serán las estrategias específicas para abrir fuentes de trabajo, educación integral para las nuevas generaciones y el cuidado ecológico, que debe compaginar con nuevas fuentes de energía, sin caer en la incoherente ingenuidad de suspender inmediatamente las actuales; esto, entre otros muchos temas.
Un cambio tan grande que necesita el país no se puede hacer en cuatro años, pero eso no quiere decir que solo él pueda hacerlo; hay mucha gente capaz en el país que solo necesita que le permitan liderar los cambios, pero para hacerlos entre todos: pura sinodalidad.
En fin, es una invitación, -sin ningún tipo de proselitismo-, que tal como estamos invitados a escuchar a Federico Gutiérrez, Sergio Fajardo, Rodolfo Hernández, Ingrid Betancourt, John Milton Rodríguez, Enrique Gómez Martínez y sus fórmulas vicepresidenciales, nos escuchemos mutuamente, porque también tenemos unas cuantas cosas qué decirle…
Víctor Ricardo Moreno Holguín, Pbro.
Arquidiócesis de Bogotá
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