EI amor verdadero, diferenciado y humano, exige un fuego permanente de atención para no enfriarse; quizá sólo una luz tenue, pero inapagable, de atención para no perderse; pero siempre atención. Por eso, la distracción es siempre el comienzo del derrumbamiento amoroso. (Marañón, 2010, p. 60)
Hay pasos de la vida que lo trascienden todo y sin lugar a duda uno de ellos es el paso de la vida de solteros a la vida de matrimonio y del seminario al orden sacerdotal. Llenos de obligaciones después de tener una vida en libertades, de acompañamiento, de preparación e independencia, el interrogante es si se casa o se ordena por amor o por conveniencia. Durante la historia, siempre han existido pactos y relaciones arregladas por medio de dotes y un gana-gana que evidencia empatía, química y hasta atracción; pero en la fe siempre se busca exigir que sea el amor en su máxima expresión el que permita la unión de la pareja. Sin embargo, en un mundo de conveniencias y egoísmos esta postura no es válida, como toda relación podemos encontrar ventajas y desventajas, aquí hay unas razones, beneficios y costos.
Cuando se quiere ser uno solo, cuando a primera vista hay química, allí no importa nada más, es en ese momento en que se supera todo prejuicio, se omiten realidades y empujados como hambriento a pan fresco, se hace evidente una atracción. Es por eso, que escoger una persona entre tantas, tiene que ver con el viejo y conocido refrán “El amor es ciego” pues en las relaciones de pareja es evidente, la atracción y el instinto; Por eso todo instinto se agota cuando se obtiene el objetivo, es entonces cuando se apaga tan rápido este amor ciego, cuando se ve claramente la realidad de compartir la experiencia de vida, las consecuencias de hacer parte de la vida del otro, sus pros, sus contras, las dificultades, los momentos de tranquilidad y las etapas que se superan. Con todo lo anterior, resulta fundamental comprender las dinámicas de las relaciones interpersonales y del transcurrir de la vida en el escenario de la pareja y la familia; de aquí que mucho de ello inicia con la luna de miel, el juego de gustos y atracción, de cumplimiento de unos estándares, no obstante, si se supiera de enfermedades y limitaciones del otro, no se arriesgaría tanto.
Tanto la vida sacerdotal, como el matrimonio tienen origen en un llamado hecho por Dios y es precisamente aquí donde se puede apelar en la vocación al ardor y la pasión que se han de cultivar, para tener la capacidad suficiente de cerrar los oídos a aquellas propuestas que atraen y confunden. Tanto en la vida matrimonial, como en el sacerdocio o las diferentes opciones de vida que se toman, la distracción es el principio del fin, llamas que se apagan y extinguen, en un segundo se termina esa luna de miel y de fina coquetería donde todo infla el ego, y así como muchos matrimonios que por fuera se ven bien, pero por dentro no son más que divorcio, así el sacerdote puede estar viviendo un divorcio interior que no le da la identidad y felicidad.
Como en el matrimonio los hijos exigen escucha, compañía, comprensión y paciencia, las comunidades no esperan menos: presencia, cuidado, atención. La necesidad de recuperar ese amor primero, el coqueteo y seducción de una vocación que atrae, que une, que fraterniza, que sonríe, debe ser un anhelo constante y continuo; que el amor de Dios que ha sido derramado en nuestros corazones por el espíritu Santo que se nos ha dado, sea el que nos ayude a alcanzar el máximo grado de una entrega generosa y amorosa.
P. Wilsson Ávila
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