Se producen cientos de millones de toneladas de residuos por año, muchos de ellos no biodegradables: residuos domiciliarios y comerciales, residuos de demolición, residuos clínicos, electrónicos e industriales, residuos altamente tóxicos y radioactivos. La tierra, nuestra casa, parece convertirse cada vez más en un inmenso depósito de porquería. Estos problemas están íntimamente ligados a la cultura del descarte, que afecta tanto a los seres humanos excluidos como a las cosas que rápidamente se convierten en basura (LS 20-22, 2005 papa francisco)
Frente a las transformaciones que vive el planeta, fruto de sus ciclos normales y de su explotación debido a múltiples factores, es necesario pensar en el bien común y preguntarnos ¿Qué acciones y decisiones debemos tomar frente a una realidad de tan alta complejidad? De cara al ritmo acelerado en el que transita la humanidad, los hábitos de vida que tenemos las personas y los efectos ocasionados por las cuarentenas que hemos vivido a causa de la pandemia del coronavirus, nos deben llevar a una reflexión y un pare en nuestro actuar, pues es importante llegar a la toma de conciencia frente al grado de contaminación tan elevado al que estamos llegando, para implementar medidas de obligatoriedad, de lo contrario y si no iniciamos desde ya, el impacto en el entorno puede ser lamentable.
La realidad que vivimos invita al ser humano a dar un paso en favor de la vida misma, pues se trata de generar transformaciones en la esfera de lo social, cultural y natural, es una invitación a cuidar el entorno. Se pensaba hace un tiempo que la naturaleza era ajena a nuestra cotidianidad, pero ahora, se nos hace un llamado a evitar que ciertos agentes dañen a otros y que se siga afectando la naturaleza y el ambiente en el cual nos desarrollamos y se desarrollarán los seres humanos en el futuro. Años atrás, se creía que la naturaleza se mantendría pese a la destrucción, pero definitivamente sigue siendo visible la interconexión existente entre hombre y el medio que habita, pues si se ocasiona destrucción al planeta tierra, también se generan daños a la calidad de vida y a la dignidad de las personas.
La conservación de la humanidad es necesaria, tanto en el presente como para el futuro. Sin duda alguna, los daños que hemos causado al planeta, afectarán la experiencia de vida de quienes aún no vienen al mundo, máxime cuando además dañamos también a las personas cercanas con nuestros actos. En este orden de ideas, urge la toma de conciencia frente a la protección del entorno, pero también frente a la importancia de ayudar a los pobres del momento y a los que no han nacido del futuro. Es importante, contar con la dimensión ecológica del daño moral, las generaciones venideras tendrán que pagar un pecado original, un precio muy alto, un estigma y carga que no merecen, un mundo condicionado por los antepasados, una herencia nefasta e incluso la necesidad de la supervivencia de una ética de los valores, ¿Cómo sobrevivirán tradiciones, ante los cambios que experimenta el mundo? ¿los modelos y paradigmas actuales lograrán permanecer en un mundo cambiante?
Así las cosas, la felicidad del hoy sacrifica la experiencia de vida del futuro. Vivimos un ansia desbordada del aquí y ahora, de facilismo y la inmediatez en los cuales no se quiere dejar reservas. Se ha vuelto costumbre quemarlo todo, destruir y acabar, acciones y actitudes que distan de la mirada cristiana, de un Cristo que lo entregó todo y no se reserva nada, da lo que Él tiene, da de sí mismo, da de donde duele y da lo que cuesta. Se ha de proteger el bienestar de todos, evitar el egoísmo y la mezquindad hacia el futuro, no marginar y privar a las futuras generaciones de los bienes más preciados de la naturaleza de los que gozamos ahora.
La conservación de la humanidad y de nuestro entorno, tiene que ver con el hecho mismo de cuidar de nosotros mismos, de respetar a los demás y lo que tenemos y en ello tiene gran incidencia y valor, el ámbito espiritual. Una iglesia que cuida, que recibe y que conserva sus costumbres, liturgia y constituciones, seguirá significando algo hoy mañana y siempre, pues finalmente si la sociedad encuentra aquí un espacio para preservar su coherencia en una relación de reciprocidad, la Iglesia tendrá la posibilidad de evidenciar y vivenciar su quehacer, costes y beneficios en todas las esferas de los seres humanos. Somos llamados al cuidado de la casa común.
P. Wilsson Ávila
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