Un profeta es un hombre difícil; y él mismo padece lo que es. Fue arrebatado a un estadio espiritual más amplio, sutil y profundo, y él es el primer sorprendido. Lo más difícil es que debe seguir estando entre los suyos, sin ser ya como los suyos. La profecía no se trata de mensajes, sermones religiosos o discursos moralizantes: se trata de comunicar una visión superior del mundo y de la historia.
Nadie se hace a sí mismo profeta, el Espíritu lo hace profeta, y las más de las veces preferiría no serlo. El profeta suele ser marginal. Aunque él no lo desea, y preferiría ser siempre acogido, descubre que así no es su vida. El origen de su rechazo está en el bajo nivel de comprensión espiritual de su auditorio. Por eso es reducido el grupo de quienes estén en capacidad de recibir la fuerza de su palabra, nacida en el silencio, la eternidad y la soledad.
La gente corriente busca influencers, no profetas. Los profetas desnudan el alma, los influencers cubren de bienestar; el tono profético pide un oído de iniciado, quien no lo es solo se deleita en las melodías dulces de su influencer. El Maestro de Nazaret es el profeta por excelencia, por esto no es extraño que sea incomprendido aún hoy, incluso por quienes dicen ser sus seguidores. Para escucharlo y comprenderlo necesitamos contemplarlo… es toda una experiencia espiritual.
SALMOS Espiritualidad Integral
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