Maestro Eckhart nos dice:
“El deseo más grande de Dios, es engendrar a su Hijo continuamente, Él nunca se contenta a no ser que se engendre en nosotros Su Hijo. El alma por su parte, tampoco se contenta, si no nace en ella el Hijo de Dios; y de ahí surge la Gracia, ahí se infunde la Gracia, la Gracia no obra, la obra es su continuo fluir, fluye desde el Ser Divino, y fluye en el ser del alma”.
Por esto, lo que se busca en nuestra práctica contemplativa, es que el alma esté dispuesta para el nacimiento del Hijo de Dios en ella; no es un logro, es un don que se recibe en el silencio y la humildad.
Eckhart continúa:
“Cuando llegó el tiempo, nació la Gracia”.
¿Y cuándo es la plenitud del tiempo? La plenitud del tiempo es cuando ya no existe el tiempo. Cuando un contemplativo, en medio el tiempo, ha puesto su corazón en la eternidad, y ha abandonado todas las cosas temporales, en su intimidad, entonces, es la plenitud del tiempo. Quien se alegra en el tiempo, no se alegra todo el tiempo; en cambio, quien se alegra por encima del tiempo y fuera del tiempo, se alegra todo el tiempo.
Por eso dice San Pablo: “Todo el tiempo, alegraos en el Señor”.
Debido al continuo deseo de bienes terrenos del alma, que quiere agarrar y poseer muchas cosas, extiende la mano hacia el tiempo y a lo temporal, y al hacerlo, pierde justamente lo que posee, la Eternidad Divina, pues, mientras hay en el interior más y más cosas, Dios no puede morar ni obrar dentro; pero si se va más allá del tiempo y de las cosas temporales, se es libre, siempre alegre, y entonces se da la plenitud del tiempo. Es cuando el Hijo de Dios, nace en el alma.
Recordemos las palabras de San Pablo a los Gálatas:
“Cuando llegó la plenitud de los tiempos, Dios envió a Su Hijo”.
Desasimiento, abandono, pobreza, es lo que piden los místicos para la oración contemplativa. Ahora es tiempo de nuestra sentada contemplativa.
La práctica es la Escuela.
Víctor Ricardo Moreno Holguín, Pbro.
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