Después de esto, sabiendo Jesús que todo estaba cumplido, para que se cumpliera la Escritura, dijo: Tengo sed. Había allí un jarro lleno de vinagre. Sujetaron a una rama de hisopo, una esponja empapada en vinagre y se la acercaron a la boca”. (Jn)
Jesús en el límite de su agonía, en el límite de sus fuerzas humanas, siente sed.
¿Cuál es la sed que mueve a Jesús?
No solo es la sed física, es la sed que tiene su fuente, en la misericordia del Padre.
Dios tiene sed de que el ser humano, se abra a la experiencia de su misericordia, de su amor incondicional. Desea que el hombre tenga sed de Dios, que se abra a su compasión y su misericordia. Él tiene sed de nuestra fe, tiene ansia de que todos nos salvemos, para que ninguno se pierda, es la actitud sedienta del Padre misericordioso.
Esta experiencia de Jesús en la cruz, se ilumina desde su encuentro con la samaritana, donde Jesús también se declara sediento y coincide con ella en la búsqueda de agua, para calmar la sed. Jesús está sediento de que ella lo acepte como su Señor y Salvador, que le abra su corazón para revelarle el amor del Padre. Resulta incomprensible para la razón humana, que Cristo tenga sed y sea Él, el que da de beber, así es Dios.
Por eso Jesús le responde a la samaritana, sobre lo trascedente de este encuentro: «Todo el que beba de esta agua, volverá a tener sed; pero el que beba del agua que yo le dé, no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le dé se convertirá en él en fuente de agua que brota para la vida eterna.”
¿Cuál es la sed del hombre moderno?
En contraposición con esta experiencia de Jesús en la cruz, el hombre de hoy también tiene sed, y la sed malsana que muchas veces gobierna su vida, no solo desde lo biológico y desde lo físico, sino desde lo espiritual y lo emocional.
El hombre moderno, sacia su sed de trascendencia en diversas fuentes, algunas más acertadas que otras, por ejemplo, sed de conocimiento y de sabiduría. Sin embargo, en oportunidades, su sed se convierte en obsesión de poder, sed de venganza, de placeres, de materialismo desmedido, sed de fama y reconocimiento.
Esta ansiedad hace que el hombre olvide características más humanas, antepone la sed de venganza a la necesidad del perdón; olvida la solidaridad y la caridad por la sed de acaparar y enriquecerse, marginando a su prójimo; se obsesiona con el poder, y se olvida que lo verdaderamente importante es el servicio, pero el servicio inspirado desde la humildad, a la manera de Jesús.
El materialismo y el consumismo desmedido e insaciable, obsesionan las mentes y los corazones de unos pocos, que, atropellando la honestidad y la transparencia, acumulan riquezas a veces mal habidas que al final, no sacian su sed, y por el contrario lo dejan vacío y lo llevan por caminos polvorientos que incrementan la aridez de su vida, y que hacen más agobiante y desesperanzador su camino en búsqueda del Reino de Dios.
Otras veces la sed de Dios, la pretendemos resolver en ídolos humanos, que, de distintas maneras, explotan y se aprovechan de la sed de sus seguidores, agrandando las desigualdades sociales y económicas, que la sociedad y los más fuertes han creado, con brechas insalvables para los más desposeídos y débiles. Ídolos humanos que polarizan y dividen, en beneficio propio, aprovechando nuestra ceguera.
Esa sed de los marginados, es un reto para nosotros los cristianos, que, por la gracia de Dios, hemos resuelto en gran medida la estancia y el tránsito pasajero en la casa común, pero que no nos garantiza el encuentro con Dios en su Reino.
La sed de lo vital, de lo verdaderamente importante, la saciamos con posiciones extremas de polarización, perdiendo el rumbo final; ese destino final pero eterno es Dios, que nos espera con los brazos abiertos, con la misericordia y el perdón que solo es posible desde su corazón amoroso.
Dios creó la riqueza, la pobreza la crea el corazón del hombre. El hombre de hoy, olvida por momentos, la sed de justicia que atenta contra la paz, la paz no es solo ausencia de conflictos. No puede haber paz, donde la sed y la obsesión por mi confort y mi bienestar son la prioridad, no puede haber paz donde mi ego, me lleva a ignorar al prójimo y a sentirme superior y a maltratarlo. No puede haber paz, donde la justicia y el amor están ausentes.
¿Cuál es la sed en la vida del cristiano, de un creyente?
La respuesta es sencilla, pero nos cuesta tomarla decididamente, la sed de Dios, como nos invita el salmista “Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo, mi alma esta sedienta de ti, mi carne tiene ansia de ti, como tierra reseca, agostada, sin agua”. Debemos recuperar la primacía de Dios en nuestra vida, que nuestra existencia sea cristocéntrica, que la sed sea de la comunión con Dios y con el prójimo, que nuestra sed sea calmada por la fuente de agua que brota para la vida eterna, que es don de Dios.
Lo fundamental en la vida de un bautizado debe ser, abrirse a la misericordia y al perdón de Dios, para que esta experiencia de Dios en cada uno de nosotros, nos conduzca a llevar la buena noticia a nuestros hermanos.
“Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, pues ellos serán saciados”, dice el Señor; cuando Dios es la razón de nuestra existencia, cuando Él ocupa el primer puesto en nuestro corazón y en nuestra vida, Él saciará nuestra sed, en Él encontramos el bálsamo para nuestras penas y nuestras aflicciones. En Él encontramos la respuesta, la fuerza y la inspiración para que nosotros seamos manantiales de paz y armonía para calmar la sed de nuestros hermanos.
Todos los días le pedimos a Dios el pan de cada día, hoy pidámosle además que nos dé sed de su palabra, y de su misericordia, que propicie en nosotros auténticas expresiones y experiencias cristianas, y que nuestros actos y obras evidencien adhesión total a la persona de Jesús.
Dice el Apóstol Santiago “muéstrame tu fe sin obras, que yo con mis obras te muestro mi fe”, la experiencia de vida tiene que ser concreta en acciones y obras que transformen la vida de los que están alrededor nuestro, que calmemos la sed “porque tuve hambre y me diste de comer, porque tuve sed y me diste de beber, estuvo desnudo y me vestiste”.
¿Cuál otra sed nos agobia?
Jesús en la cruz clama porque tiene sed, hoy nuestra casa común nuestro planeta, también clama que tiene sed, estamos gradual y aceleradamente agotando los recursos naturales, seguimos en esa sed de explotar sin misericordia nuestro suelo, con un agravante, que esa explotación no ha resuelto la pobreza, y por el contrario aumenta las diferencias, y el agua, don de Dios, indispensable para la vida humana, lo hemos convertido en un negocio para beneficio de unos pocos.
Su santidad nuestra amado Papa Francisco, ha llamado en repetidas veces nuestra atención, para que tomemos conciencia del trato que le damos a nuestra casa común, y que el agua potable vital para el ser humano, no sea el privilegio de unos pocos, sino el recurso donde hagamos comunión con el sediento y necesitado.
La pregunta final es, ¿cuál es la sed que mueve nuestras vidas.?
Diácono Permanente Pablo Emilio Benavides
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