Celebro con ustedes una Semana Santa más. Otra vez Jesucristo me da la oportunidad de encontrarme con Él y su más grande misterio de amor: dar la vida por mí y por todos. Me invita a ir con Él a la cruz, pero al repasar el Evangelio observo que hay muchos prejuicios para asumir la realidad de la verdadera entrega de amor. Por tal razón entro en reflexión para describir la personalidad de algunos personajes que, al encontrarse con el mismo Dios, no fueron capaces de percibir la única manera de amar, seguramente, al igual que yo, les faltó perrengue para enfrentar esta invitación.
Me llama la atención Pilato porque no fue capaz de ver en Jesús, un hombre inocente y prefiere lavarse las manos para no comprometer su vida.
Soy Pilato cuando mi inseguridad me lleva más a complacer a los demás que a correr el mismo camino de la cruz.
Herodes es el otro personaje que al encontrarse con Cristo no ve el amor desnudo, verdadero del Señor porque su posición de poder lo lleva a burlarse del mismo Dios. Soy Herodes cuando juego con el amor de los otros buscando mi propio prestigio.
Hay otros personajes en la historia como Pedro y Judas que a pesar de haber estado con Jesús cuando aparece la cruz, no la quieren aceptar. Pedro, al utilizar los términos actuales de la sicología, pareciera bipolar. Se entusiasma por momentos y se desilusiona rápidamente. Cuando aparece nuevamente la cruz, él prefiere ir a calentarse donde una desconocida y, de lejos, contemplar cómo condenan a su maestro. Al calentarse en otro sitio es descubierto, denunciado y prefiere negar a reconocer el mismo camino de amor de Jesús. Pedro es débil. Así soy yo. Me motivo, pero me falta constancia cuando llega la prueba y me justifico. Judas es muy parecido en mi manera de proceder. Es el amigo de Jesús y lo utiliza para sus propios proyectos apareciendo como el bueno:” ¿Con un beso entregas al Hijo del hombre?”.
¿Cuántas veces con un beso, complazco para sacar provecho para mí? ¡Qué infamia!
Pareciera que todos los personajes fueran traidores y no es así. Detecté tres amigos de la cruz de Jesús. Lo curioso es que ninguno fue amigo o cercano a Jesús. En el mismo sufrimiento de amor de Dios encontraron el camino de la vida y del amor. El primero es Simón de Cirene. El Evangelio narra que venía del campo y no tenía ni idea de lo que pasaba. Sin embargo, obligado a cargar la cruz de este desconocido, no se rehusó. La cargó. Después se dio cuenta que llevando esa cruz participó de la salvación de la humanidad.
Yo quiero cargar la cruz, no juzgar y ser sensible ante tanto dolor humano.
El otro personaje es el ladrón arrepentido. Este hombre anónimo se da cuenta que hay dos clases de sufrimiento: el que se merece la vida por los actos erróneos y sus consecuencias y el sufrimiento por amor. El ladrón es tan bueno, que le roba también la gracia a Dios. Él pide a Dios que lo deje entrar en ese Reino. Aunque padece lo mismo que él, es diferente. Dios le responde: ” Hoy estarás conmigo en el Paraíso”. Qué hermoso es el Reino de Dios. Sufrir con el otro por amor sin juzgarlo.
Hoy, que palabra tan trascendental. Enséñame a no procrastinar el amor y el perdón.
Aún queda un personaje más, José de Arimatea. Él deja un espacio, un lugar para Jesús. Tiene un sepulcro nuevo y lo dona. Este hombre es el del riesgo. A pesar de lo que piensen, asume las consecuencias y obra cediéndole su lote.
Quiero ser como José de Arimatea. Así otros me desaprueben deseo arriesgar en mi fe y en el amor.
¡Feliz pascua!
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