«Centinela, ¿cuánto queda de la noche?».
El centinela responde:
«Vendrá la mañana y también la noche.
Si quieren preguntar otra vez,
regresen y pregunten».
(Is 21,11-12)
El encuentro del Papa Francisco con los mil jóvenes reunidos en Asís, entre el 22 y el 24 de septiembre de 2022, comenzó con estas palabras del profeta Isaías[1]. Llegaron de todos los rincones del planeta: desde Nueva Zelanda hasta la Patagonia, desde Tailandia hasta Mozambique y México. Gracias a la coordinación del Movimiento de los Focolares, estos jóvenes – estudiantes, emprendedores, activistas, game changers, etc. – fueron distribuidos en 12 pueblos, establecidos entre el centro histórico de Asís y la basílica de Santa Maria degli Angeli.
El encuentro de Asís respondía al llamado lanzado el 1º de mayo de 2019 en la Carta del Santo Padre Francisco para el evento «Economía de Francisco», dirigido «a los jóvenes economistas, emprendedores y emprendedoras de todo el mundo». Se había pospuesto a causa de la pandemia, y había, en esta reunión en la «tierra» de San Francisco, una alegría que sonaba como un desafío a la depresión colectiva inducida por los encierros y la gestión catastrófica del Covid-19[2], la guerra en Ucrania[3] o los desastres naturales provocados en toda la Tierra por la policrisis ecológica[4].
Jóvenes en una época difícil
Francisco lo reconoció desde el principio, diciendo a los jóvenes: «Están viviendo su juventud en un tiempo que no es fácil». Por supuesto, cada época es única y tiene su parte de luces y sombras. Pero los jóvenes de hoy están viviendo un punto de inflexión único en la historia. Un número creciente de climatólogos ya no duda en reconocer que lo que está en juego ahora es, en última instancia, la supervivencia de la humanidad[5]. Francisco se hizo eco de la angustia que embarga a la comunidad científica y a los jóvenes de hoy: «Ayer – le dijo un amigo científico – me nació una nieta. Si seguimos así, pobrecita, dentro de treinta años tendrá que vivir en un mundo inhabitable». Es cierto que el impacto del calentamiento global se ha acelerado en los últimos años, que su gravedad confirma las predicciones más pesimistas realizadas hasta ahora, y que ya se han superado algunos puntos de no retorno (tipping points), mientras que otros podrían cruzarse en un futuro más o menos próximo: por ejemplo, en 40 años ha desaparecido la mitad de las áreas manglares del planeta, esenciales para estabilizar el clima; han desaparecido 3.500 millones de aves en Estados Unidos, así como el 90% del plancton en la parte ecuatorial del Atlántico. En cambio, en esta parte del océano se encuentran entre 100 y 1.000 micropartículas de plástico por litro…
De continuar así, el deshielo del permafrost en Siberia y en las profundidades del Océano Ártico liberaría tanto metano (actualmente atrapado en la tierra congelada) que el calentamiento probablemente volaría hacia anomalías de temperatura media de +7 o +8°C en unas pocas décadas[6].
Para nuestro planeta, ésta es una situación que no se había producido desde hace varias decenas de millones de años. Mientras tanto, la concentración de dióxido de carbono en la atmósfera alcanzaría sin duda el umbral de las 1.000 ppm antes de que acabe el siglo: un umbral a partir del cual el cerebro humano parece perder una parte importante de sus facultades[7]. Los más ricos de entre nosotros podrían quizás conseguir sobrevivir y mantener sus mentes agudas aislándose de por vida en «burbujas de aire limpio», como ya hacen algunos chinos muy ricos para escapar de la contaminación de Pekín o Shangai. En cuanto a las abejas, es poco probable que sobrevivan a la sexta extinción masiva de organismos vivos, provocada por el estilo de vida de los ricos, en un contexto en el que el 80% de los insectos ya han desaparecido en Europa. La única manera de preservar la posibilidad de la agricultura -y por tanto nuestra supervivencia- consistirá probablemente en obligar a los agricultores pobres a polinizar a mano. Esto ya está ocurriendo en algunos campos chinos que las abejas han abandonado. Suponiendo que algunos consigan sobrevivir así, este no es el mundo en el que los jóvenes de hoy quieren vivir.
La eco-ansiedad y la miseria social
La juventud contemporánea experimenta la angustia de un futuro perdido de una manera que probablemente ninguna otra generación haya experimentado antes. La eco-ansiedad es una realidad: ¿cuántos adultos jóvenes y adolescentes se ven regularmente atrapados por la desesperación, tentados de sucumbir al pensamiento de que, definitivamente, «todo se ha acabado»? Y no se trata sólo de un desconcierto intelectual, sino de un profundo malestar psicológico: aunque la eco-ansiedad no se incluye entre las patologías psicológicas, puede asociarse a un comportamiento depresivo. Según un estudio publicado en la revista The Lancet[8], más del 45% de los jóvenes se ven afectados negativamente en su vida cotidiana por esta ansiedad relacionada con el cambio climático.
Francisco dio testimonio de su preocupación por estos jóvenes abrumados por la desesperación: «Miren el porcentaje de suicidios de jóvenes, cómo ha aumentado: y no los publican todos, ocultan la cifra». Y sólo a largo plazo se sentirán todas las consecuencias psicológicas de los confinamientos de los últimos dos años, una política sanitaria que fue diseñada esencialmente por adultos y para adultos.
Al sombrío horizonte ecológico se suma una situación social catastrófica en muchos países. En Sudáfrica – por citar solo un ejemplo -, al menos la mitad de los jóvenes negros están desempleados y no tienen casi ninguna esperanza de encontrar un trabajo en los próximos años, a menos que el gobierno de Ramaphosa ponga en marcha un auténtico Green New Deal sudafricano. Además de la miseria y la ociosidad, esto provoca una situación social sin precedentes, ligada a la tradición de la dote: sin ingresos, los jóvenes no pueden casarse con la mujer que aman, porque no tienen la posibilidad de pagar una dote a su familia. En consecuencia, estos adultos viven una vida amorosa y luego una vida familiar cuya precariedad es, para muchos, extremadamente desestabilizadora.
La economía del entretenimiento y la pérdida de sentido
Otro aspecto desestabilizador es el impacto de las redes sociales e Internet. La mayoría de los adultos nacidos después de 1990 crecieron en un mundo estructurado por la web. Esto, por supuesto, abre un espacio de intercambio e información sin precedentes. Al mismo tiempo, cada vez somos más conscientes de su impacto en la psique de los jóvenes y, más aún, de los niños[9]. El daño a nuestra capacidad de atención y concentración con el tiempo es considerable. De hecho, siempre hemos necesitado soportes materiales para pensar, como demuestran las pinturas rupestres del Neolítico y la invención de la escritura hace 5.000 años. Estos soportes no son un accesorio secundario de nuestro pensamiento, sino que en parte lo forman[10]. Hoy en día, la privatización de Internet permite a un pequeño número de empresas mantener un oligopolio sobre la propiedad de estos medios y utilizarlos para obtener beneficios a partir del «tiempo cerebral disponible» de los jóvenes (y no tan jóvenes), posiblemente a través de algoritmos diseñados para fomentar la adicción. Resistir a este dominio a los 18 años presupone una fuerza espiritual que a la misma edad los mayores pudieron invertir en otra parte: en sus estudios y en la construcción de su identidad adulta.
También en México, el impacto de las redes sociales y los dispositivos electrónicos ha provocado inestabilidad emocional y cognitiva en los niños y adolescentes, quienes se adentran en un mundo virtual de ficción violenta que les impide desarrollar actitudes, emociones y formas de expresión social, empatía y solidaridad con los demás, haciéndolos individualistas, poco abiertos a la socialización con su entorno. En algunos casos, estas formas de virtualidad conducen a los jóvenes a la depresión, que puede llevar incluso al suicidio.
Con el auge de los videojuegos en los teléfonos móviles y las redes sociales, éstos se han convertido en herramientas adictivas para los niños y jóvenes que, en su ausencia, los paralizan y los vuelven incapaces de interactuar con otras personas. En las comunidades indígenas del Estado de Chiapas, en el sureste de México (donde conviven al menos ocho etnias indígenas, principalmente de las culturas maya, olmeca y azteca), esta tecnología ha llegado recientemente a las manos de las generaciones más jóvenes (menores de 30 años), que empiezan a familiarizarse con el mundo de las redes sociales y la comunicación instantánea, mientras que las generaciones anteriores empiezan a utilizar cabinas telefónicas o localizadores para comunicarse a distancia. Los avances tecnológicos también han afectado a las actividades agrícolas, ya que poseer un smartphone se ha convertido en una necesidad básica para los jóvenes, pero sigue siendo inaccesible para quienes se ganan la vida con su trabajo en el campo. En consecuencia, muchos adolescentes abandonan cada vez más el trabajo agrícola y se aíslan así de su realidad y de su familia, lo que contribuye al desarraigo de sus costumbres y de los territorios en los que nacieron.
Un tercer aspecto de la noche en la que los jóvenes de hoy luchan con valentía es la falta de un sentido compartido con la generación anterior. Como nos recordó el Papa, somos buscadores de sentido: «El ser humano, creado a imagen y semejanza de Dios, antes de ser un buscador de bienes es un buscador de sentido. Todos somos buscadores de sentido». Ahora bien, las sociedades occidentales – y con ellas la mayoría de las que dependen del colonialismo cultural inducido por la globalización del mercado – se hunden en una especie de colapso escatológico desde la ola neoliberal iniciada en los años sesenta. ¿Por qué nos levantamos por la mañana? Una buena parte de nuestras sociedades ya no lo sabe. El resurgimiento del populismo, tanto en Estados Unidos como en la India, Brasil e Italia, atestigua esta consternación.
La transición ecológica es sin duda el gran proyecto social que puede dar un horizonte a nuestras sociedades. Un horizonte desde el que podemos ver el amanecer anunciado por el profeta Isaías. En este contexto, la encíclica Laudato si’ ha colocado a la Iglesia católica en la antigua posición del centinela estagirita: aquel que, vuelto hacia Oriente, escudriña las profundidades de la noche en busca de los primeros destellos del amanecer. En los primeros siglos, estos místicos se volvieron hacia Oriente, de donde sale el sol. ¿Cuál es nuestro Oriente hoy? No se trata de un lugar ni de un concepto, sino de una narrativa: la de la transformación de nuestras sociedades en un mundo con bajas emisiones de carbono y una ligera huella ecológica en los ecosistemas naturales que nos rodean. Francisco se atrevió a invitar a toda la Iglesia y, con ella, a todas las tradiciones religiosas y a las personas de buena voluntad a volverse hacia la transición ecológica como hacia su Oriente, y por eso los jóvenes del mundo, cristianos y no cristianos, le testimonian un afecto, una ternura que las Jornadas de Asís hicieron vivir con emoción.
Un proceso generacional y geopolítico
Este afecto es tanto más valioso cuanto que, para muchos de los jóvenes de hoy, las dificultades que se acaban de describir conducen a una forma de enjuiciamiento implícito de las generaciones anteriores: véase el rechazo de los jóvenes a los boomers, es decir, a la generación nacida en Occidente durante el baby boom de la posguerra, que disfrutó de un nivel de vida que ninguna otra generación anterior había disfrutado y que ninguna disfrutará en las décadas y, probablemente, siglos venideros. Una generación que es, sin embargo, responsable de las catástrofes ecológicas actuales, ya que, de acuerdo a casi todos los indicadores de contaminación (consumo de combustibles fósiles, minerales, emisiones contaminantes, etc.), el empeoramiento de las cosas comenzó con el consumo masivo, después de 1945. Este proceso implícito se manifiesta en las protestas de algunos iconos, como Greta Thunberg, Ralyn Satidtanasarn[11] o Vipulan Puvaneswaran y Bella Lack[12], pero también en un profundo cuestionamiento de la autoridad de la generación anterior: «Nos dejan un Planeta en llamas; han disfrutado como nunca del fuego que nos toca apagar, y encima pretenden darnos lecciones…». Por eso, cuando el Papa Francisco dice en Asís: «No sólo estarán aquí mañana, están aquí hoy; ustedes no son sólo el “todavía no”, son también el “ahora”, son el presente», sintoniza con una de las fuertes aspiraciones de los jóvenes. Ya no tienen tiempo para esperar, ni para ser pesimistas. Saben que si quieren evitar lo peor en las próximas décadas y, para algunas regiones del planeta, lo peor ya ahora, deben actuar en este momento.
En la mayoría de los países del Sur Global, a la acusación contra los boomers se suma la de los países del Norte: «Ustedes son los principales responsables de la actual destrucción de las condiciones de vida decentes en el planeta, ¿y ahora quieren impedir que sus antiguas colonias, que siguen saqueando alegremente, alcancen un nivel de vida colectivo que garantice su dignidad?». Recordemos que un ciudadano de Chad emite en promedio menos de dos toneladas de CO2 al año, mientras que un ciudadano estadounidense produce 20. Y que ese mismo chadiano consume menos electricidad que un frigorífico estadounidense.
Este reproche colectivo coincide, en parte, con las críticas al clericalismo de la Iglesia católica. Los jóvenes católicos conocen los 15 males de la Curia Romana[13], ven claramente las resistencias internas de la Iglesia Católica a las que se enfrenta el Papa Francisco. A causa del conflicto intergeneracional al que acabamos de referirnos, la mayoría de los jóvenes de hoy no se siente en deuda con la tradición: sólo recurren al patrimonio espiritual cristiano si les parece pertinente para afrontar los retos que se les presentan y si la Iglesia les resulta ejemplar.
Para la gran mayoría de los jóvenes, el Papa Francisco no ha ido demasiado lejos – como algunos críticos insinúan -, sino todo lo contrario. Y sabe hacia dónde está llevando a la Iglesia. No en el sentido de que pueda saber lo que nos espera en el horizonte: eso sólo lo sabe Dios (cfr Hch 1,7). A los ojos de muchos, Francisco cumple humildemente su misión pastoral con una valentía profética: la de señalar un sentido, una dirección, y la de instar a caminar juntos hacia el Reino que viene[14]. Por eso, sin duda, la alegría en Asís en la mañana del 23 de septiembre fue inmensa. Esta alegría tenía poco que ver con la alegría despreocupada de una edad inmadura, sino más bien todo lo contrario.
La Civiltà Cattolica
Recomendado por P. Ricardo Londoño
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