Las noticias del plantel educativo no son buenas. Van desde los desajustes emocionales y mentales por la pandemia y por la sustitución de la presencia viva por sistemas técnicos. Y llegan hasta la nueva presencialidad abundante en riñas y lesiones, matoneo y atropello sexual, índices inaceptables en las pruebas de Estado, aguda politización de profesores y menguada representación parlamentaria. El repertorio corona con las políticas públicas de ciencia, tecnología e innovación destinadas a la formación del estremecedor “capital humano” entre los años 22 y 37.
En semejantes sombras urge la genuina innovación del plantel educativo. Academia, lo llamó Platón y Liceo, lo llamó Aristóteles. Colegio se denominó luego para designar al colectivo de maestros y discípulos reunidos en torno a la sabiduría y la ciencia. Escuela se dijo por el conjunto de actividades que ahí se cumplen, como la pregunta, la lección y la discusión. Universidad fue nombre señero del espacio de cultivo de la universalidad de las ciencias: de las disciplinas humanísticas, sociales y naturales.
Bajo diversas denominaciones, la misión que define al plantel educativo fue y será la pedagogía, término que indica el oficio amoroso de llevar de la mano a niños, jóvenes y aun adultos puestos en estado de formación académica al cuidado de maestros y profesores. Y del plantel educativo lo propio es y será la pedagogía primera o tarea de constitución interna de la persona que se educa, según el imperativo socrático “conócete a ti mismo”. En tanto que la pedagogía segunda abre las inteligencias múltiples al conocimiento de las ciencias metódicas que, en su primera estructuración, fueron la física y la metafísica, la lógica y la ética, la filosofía y la política. El conocimiento metódico disipa las tinieblas de la ignorancia, así como del error y de la ilusión, a los que se refiere con lucidez Edgar Morin en ‘Los siete saberes indispensables para la educación del futuro’.
A esta luz, innovar el plantel educativo es frenar su desnaturalización constante y creciente. Primero, porque se proscribió la pedagogía primera o conducción magistral hacia el conocimiento de sí, conocimiento primario y sabio del que pueda surgir la personalidad rica y sin par del educando.
Segundo, porque sobre la ruina de la pedagogía primera se ha sobredimensionado la pedagogía segunda o simplificada introducción del educando al universo de los conocimientos instrumentales objetivos.
Tercero, porque la ausencia de la pedagogía primera y el reduccionismo de la segunda han permitido la drástica desfiguración del plantel educativo, convertido hoy en eslabón de la cadena productiva con finalidades de éxito; o en un instrumento de adoctrinamiento político y estatal; o en reproductor consciente o inconsciente de una sociedad consumista, violenta, pansexualista, hipertecnificada, informada pero no educada, globalizada pero anónima.
La innovación genuina del plantel educativo debe significar un no a la profanación mercantilista de la educación en términos simplificados de producción y de tráfico, así como su negativa a proseguir alistando profesionales contratados a sueldo y a divisa, pero no personas dueñas de sí, conocedoras de sí, sabias, inteligentes, libres e irrepetibles como es lo propio de la identidad una y única de genuinos seres humanos: ellos son la gran riqueza insustituible de todo conglomerado social avanzado.
La innovación genuina será misión y tarea conjunta de Estado y planteles educativos, de profesores y alumnos para rescatar y ennoblecer de nuevo la majestad innegociable del plantel y de los planteles educativos en cuanto casas de la ciencia y templos de la sabiduría.
ALBERTO PARRA, S. J.
El Tiempo 16 – 04 -22
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