Cada vez son más evidentes las búsquedas de aquellos que quieren aprender a orar. Su queja es común: limitaciones, falencias e insatisfacción con las formas aprendidas. Fieles laicos, religiosos y pastores lo experimentan. Es como si nos hubiésemos quedado con los rezos y modos aprendidos en la infancia, los textos litúrgicos y piadosos o de algún retiro espiritual, y ya nos hubiésemos dado cuenta que ‘algo falta’. La debacle de un discípulo está en su dificultad para la experiencia de Dios, y esta se da de modo privilegiado en la oración personal.
Los pastores nos sonrojamos cuando debemos reconocerlo, y solemos evadir la situación atándonos a la ‘suficiencia’ de la liturgia celebrada, a alguna devoción personal o simplemente haciendo un ‘cambiazo’ de tiempos de oración por tareas pastorales. Y si los fieles nos piden, -como al Maestro-: “enséñanos a orar”, quedamos petrificados o los solemos remitir a los mismos actos devocionales de siempre -e incluso a cambiar una devoción por otra-. En verdad, se requiere de mucha humildad para que un pastor le diga a alguien: “enséñame a orar”.
¿Dónde está el origen del problema? En este campo nuestros mayores han hecho lo que mejor han podido: familia, grupos de oración, formadores del seminario o casas religiosas, directores espirituales, etc. No se trata de culpar a nadie. ¡Que nadie se sienta culpable! Porque el asunto requiere verdaderos maestros, y estos solo son formados en el crisol del desierto, de la montaña, del océano y de los vientos de la espiritualidad; necesitan aprender a recoger la tradición espiritual de la Iglesia y de la humanidad, y saberla actualizar para el presente siglo; y para esto se requiere de tiempo y dedicación. Las tareas pastorales se suelen convertir en impedimento para ello; por eso no se debe juzgar a nadie.
Las dificultades también se evidencian en la visión de ser humano con la que algunos cargamos y a veces arrastramos (bástese con escuchar homilías dualistas ‘alma vs. cuerpo’ o la ignorancia del cuerpo para la oración, las promesas de un cielo desencarnado o la forma de predicación sobre ‘los demonios’ en algunos círculos). También las deficientes visiones del mundo, el desconocimiento de nuestra unidad con el kosmos y la forma como concebimos la lucha por ‘la supervivencia en este valle de lágrimas’. Agregamos, las dificultades para comprender la pluralidad de la sociedad o el tipo de comunidad a la que apuntamos formar pero no logramos crear. Y principalmente, la visión que tenemos de Dios: muchas veces es un dios mágico o mítico todavía, un dios sectario o ideal, un dios de bolsillo o simple proveedor, e incluso el Dios al que ‘no logramos ubicar’ y por eso no lo podemos encontrar. Así ¿Cómo podremos orar?
Y como si fuera poco, nuestras limitaciones comunicativas restringen los modos de oración: verbalizando palabras, leyendo textos, cantando o imaginando pensamientos religiosos (a veces más invadidos de otros pensamientos que propiamente religiosos). También buscamos evaluar la calidad de esa oración por las emociones experimentadas o por ‘el resultado’ final (si logramos lo pedido o no). Olvidamos las más profundas características y posibilidades comunicativas de la humanidad, y por esto nos quedamos encerrados en ‘lo mismo de siempre’.
La oración, además suele enfrascarse en la petición. Aún las alabanzas y acciones de gracias, suelen terminar con una coda pedigüeña, y por tanto no logra ser la oración aquella experiencia de ‘encuentro’ a la que se ha de aspirar, siguiendo las indicaciones de los grandes maestros de oración y de espiritualidad. Ni qué hablar de la adoración.
Existen en la arquidiócesis de Bogotá diversos espacios y propuestas de formación en la oración: los ‘Talleres de Oración y Vida’ (TOV) del padre Larrañaga, que ofrece diversidad de posibilidades; los clásicos retiros ignacianos de mes, semana o en la vida cotidiana. La Escuela de Contemplación SALMOS, destinada a las búsquedas de experiencias propiamente místicas; los encuentros de canto y oración Taizè; las escuelas de alabanza; los grupos de oración propios de algunas comunidades religiosas o parroquiales; las comunidades neocatecumenales, los diversos centros de espiritualidad o los movimientos, entre otros. Esta es una riqueza que al parecer todavía está por comprenderse adecuadamente.
Sin embargo, quienes han aprovechado algo de ella, también han experimentado la falta de ‘algo’ que le de cohesión y proyección a todo el itinerario. Mirar al patrono de la comunidad o a quien ha inspirado el tipo de práctica, no solo es insuficiente, sino que en muchas ocasiones hace caer en la trampa del ‘carisma exclusivo’: ninguno de los grandes místicos puede ser presentados como ‘el único’, a juzgar por lo que hacen algunos de sus actuales seguidores. Pues, aunque todos ellos hablan de ricos elementos orantes, quienes guían el proceso parecen olvidar que la persona pasa por estadios espirituales, que evoluciona y se proyecta hacia donde el Espíritu quiera; y nadie parece lograr visualizar o dar elementos para mantener la cohesión de todo el itinerario para el orante de hoy.
Allí volvemos a reparar en la visión antropológica, cosmológica y teológica en la que se mueven tanto enseñantes como estudiantes. Por lo general se tienen visones cerradas, estáticas e individualistas del ser humano; el excesivo antropomorfismo de Dios al querer acentuar la visión personalista, y la falta de conexión con el Kosmos. Lamentablemente esto tiende a convertir en ineficaces los métodos, las formas, los estilos, las ayudas, etc., para hacer un itinerario prolongado. Lo que fue muy eficaz para los santos que las crearon o las promovieron, no siempre es posible o propio para sus seguidores actuales; lo que fue aprovechable en algún momento de la propia vida, hoy ya no lo es; entre otras, porque también el Espíritu hace evolucionar la sensibilidad de cada generación.
La Lectio Divina, escuela fundamental del cristianismo, teniendo todos los pasos, muchas veces sigue siendo ineficaz para dar pleno horizonte a la vida del orante, pues suele ser enseñada con las mismas limitaciones arriba mencionadas. Además, los enseñantes no siempre logran definir con claridad sus pasos: ¿Qué diferencia hay entre hacer una lectura espiritual y orar? ¿Cuándo estoy meditando estoy orando o qué? ¿Si leo oraciones estoy leyendo u orando? ¿Qué diferencia hay entre contemplación y meditación? ¿Es la contemplación una forma de oración o ya no es oración? ¿Qué es orar propia y fenomenológicamente? ¿Por qué el silencio, en sí mismo, es oración? ¿Un contemplativo ora o ya no necesita de la oración? ¿Cómo se enriquece o no la oración con la liturgia? ¿Qué papel tienen las novenas y las devociones? etc, etc. El asunto de la oración no está claro para muchos de nosotros.
La arquidiócesis de Bogotá necesita tener su propia Escuela de Oración, que acompañe en todo el recorrido orante, al menos a aquellos responsables de formar a los fieles (pastores, religiosos, catequistas), para que clarifiquen este horizonte, se entrenen en métodos impregnados de amor a Dios, vivan experiencias profundas del Espíritu, desarrollen variadas habilidades orantes y a lo largo del camino sean convertidos en maestros de oración para otros. Llama la atención que en el amplio proceso formativo de la SPAC no hay un módulo dedicado exclusivamente a la oración; solo hay oraciones de texto y tradicionales. Además ¿Qué diferencia existe entre ‘espiritualidad’ e itinerario de oración personal en la actual formación sacerdotal de los seminarios? A veces la enseñanza se centra en la doctrina, en la moral y en la liturgia, pero la oración como experiencia personal, no suele aparecer. Los fundamentos bíblicos presentados no siempre nos ayudan a aprender a orar. Los sacramentos tienen su lugar, pero la dimensión de la oración personal es irremplazable.
Necesitamos una espiritualidad que sea integral, en la que la oración sirva como factor articulador. No podemos dejar esta dimensión fundamental de la oración en manos de un solo grupo, un estilo, un carisma o una persona. Esta demora es agonizante; la sed de Dios es inmensa. El ‘CÓMO’ habrá de estar al alcance de todos.
Que no tengamos vergüenza de decir “enséñanos a orar”, sino que con alegre humildad vayamos a aprender lo que los grandes maestros han podido señalar: que necesitamos ser místicos para el siglo XXI; pues ya casi cumplimos el primer cuarto de siglo, y apenas se vislumbra algo en el horizonte. Indudablemente urge una escuela de oración en nuestra arquidiócesis de Bogotá.
Víctor Ricardo Moreno Holguín, Pbro.
SALMOS Espiritualidad Integral
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