El valor de la vida no está solamente en el fenómeno genético sino, además, en el contexto humano, en los valores que se dan y se transmiten. Es claro que para muchas personas valen más los motivos por los que se vive que la vida misma. Esos motivos son los que hacen héroes a los héroes. Cuando se da la vida se debe dar, también, un horizonte, una dirección, un medio vital. (García, 2019, p.50)
Hace un tiempo escuchaba a un enfermo con el que logré compartir unas palabras, quien manifestaba su enorme tristeza por la soledad que atravesaba, hablaba del abandono de su familia y la indiferencia, pero a la vez reconocía que mucho de lo que vivía era consecuencias de las malas decisiones que había tomado. Es así como resulta importante, preguntarse sobre ¿Qué podemos hacer para que la persona no muera en soledad, aun reconociendo que sólo se tiene que morir y que nadie se va con él? De lo que se trata entonces, es de ayudar a vivir durante el proceso de la muerte, es decir, humanizar el morir humano.
Una reflexión compleja entre los médicos tiene que ver con el ¿Para qué una medicina que solo prolonga al moribundo y no humanizar el morir? Sin embargo, la cuestión aquí no es culpar, pues de lo que se trata es de comprender la importancia de los últimos momentos del enfermo y en esa dirección, pensar en la posibilidad que los profesionales en el campo de la medicina no se conviertan en esclavos de la tecnología, así las cosas, ¿Cuántas muertes debieran darse en casa, al lado de la familia, de qué manera puede aliviarse el dolor humanizándolo? Lo anterior puede confundirse con el ideal de suprimir y es ahí donde llega la propuesta eutanásica. Son muchos los eufemismos empleados para referirse a la eutanasia, no obstante, lo único cierto es que plantearnos preguntas en torno a ¿Quién merece vivir? ¿Hasta dónde puede el hombre luchar o renunciar a la vida? ¿Cuáles son las edades que merecen vivir? O ¿Hasta dónde han de ir los esfuerzos para invertir en salud a un enfermo o anciano? Resultan procesos que han de generar reflexiones de especial atención.
La posibilidad de un testamento, esta muerte voluntaria ¿Hasta qué punto entra en disputa con la tradición católica que muestra que Dios es el único dueño de la vida? De qué manera comprender la muerte a personas sin su consentimiento, sin su voluntad. De este modo supone dos pautas para la coexistencia del hombre: una de ellas es la vida sagrada, que se relaciona al comienzo y al fin de la vida concebida por la mano creadora de Dios; y la segunda, es su inviolabilidad, donde se trazan límites que exigen devoción por la vida y de igual forma el respeto por ella. (Delgado, E. 2017) En los países donde ha sido autorizada la eutanasia no permiten hablar de homicidio, por el contrario, se emplea la expresión “adelantamiento de la muerte”. De esta manera, la sociedad vive de cara a grandes dilemas en momentos concretos, donde la vida es puesta en cuestión y dónde se llega a optar por quién vive y quién no, es lo que plantea la eutanasia en la búsqueda de la “dignidad de la muerte” o “humanización de la muerte”. Son dos aspectos vinculados con la asistencia al moribundo y entre sí, pero no coincidentes. La eutanasia debe ser repensada, puesto que implica el dar muerte de manera anticipada, aunque sea por piedad al moribundo; mientras que lo que se ha de promover, es la humanización de la muerte con todo un conjunto de medios y atenciones.
El mundo sigue entusiasmado con los testamentos de vida al respecto de la eutanasia, y casi que apresuradamente nos enfrenta a ir muriendo en vida, renunciando a la lucha por el presente. Es preocupante puede ser arreglar el morir, que se nos olvida componer el día a día tan vital, con acciones tan sencillas como la escucha, la entrega de amor sin reservas y el tratar de ser los seres más libres al decidir por algo que todavía no es, pero con un miedo a ser libres y responsables del presente en el peligro de un temor a enfrentar la realidad de la vida. Cuán complejo resulta pensar que ni al enfrentarnos al momento de tendremos la posibilidad de ser libres, pues nuestros seres más cercanos harán lo que consideren y cuan inexplicable resulta apelar a una calidad de vida en el ocaso de nuestros días, en una renuncia a la calidad de vida que puedo realizar y tener hoy.
El afán de unas directrices anticipadas, tal vez el analgésico lo estamos tomando anticipadamente ante tantos problemas de salud mental, se quiere dopar la vida, un cóctel de posibilidades para disipar las penas, la necesidad de decidir mientras se pueda decidir. Sin lugar a duda, muchos gritos en medio de la enfermedad, el sufrimiento y el dolor, seguirán siendo un reclamo frente al olvido e indiferencia, más que pedir la muerte, se sigue reclamando más escucha, cuidado y ternura, propia de una sociedad humanizada, que le duele, que comparte, que acompaña. Devolver al enfermo y al que sufre su dignidad seguirá siendo la tarea de un mundo en el que unos se involucran en la vida de otros y dónde se puede hacer sentir que no se es una carga; la vida vale la pena vivirla. Sigue doliendo la corrupción en el mundo de la salud y en el desarrollo de nuestras naciones que están en condición y con la responsabilidad de mejorar nuestra casa común.
P. Wilsson Ávila
Capellán Fundación San Carlos
Visitas: 155