La estrategia acordeón de cierre y reapertura de distintos lugares, como medida de protección para prevenir el coronavirus, permite valorar espacios y oportunidades que valen oro. En el caso de la reapertura de los templos católicos, se ha de valorar la alegría de estar en contacto con la comunidad parroquial nuevamente, de ver los rostros alegres y nostálgicos de quienes pueden volver a comulgar, de experimentar el compartir con la comunidad y saludar a los amigos, con todas las medidas de autocuidado y protección para evitar el contagio del COVID 19.
Estos, entre otros gestos permiten volver a retomar algunas actividades; sin embargo, no se puede negar que es una experiencia que puede conducir a un punto de cansancio dada la carga pastoral, emocional y psicológica, sobre todo para el sacerdote; pues nuevamente entra en el ejercicio de escuchar: ¡padre se dañó el bombillo!, ¡padre yo me retiro de las comunidades!, ¡yo con esa señora no me puedo ver!, ¡padre faltan las flores!, ¡padre casi no se escucha bien!, ¡padre no llegó el músico!, ¡padre cuando vamos a restaurar el templo!, ¡padre me puede escuchar!, ¡padre me puede escuchar una confesión general!, el acólito que te pregunta: cómo se maneja el misal, el músico que te pregunta qué cantos se pueden interpretar, el sacristán que no sabe qué color va hoy, aún más triste, ¡padre se murió mi papá!, ¡mi familia está contagiada!, ¡me quedé sin empleo!, ¡me diagnosticaron cáncer!, ¡mi hijo está en la drogadicción!, ¡mi esposo se fue con otra mujer!; entre otras realidades que pueden llevar al sacerdote a sentir cansancio.
En este tiempo decirle a Dios: gracias por el ministerio, gracias por nuestras comunidades parroquiales, gracias por nuestra gente, gracias por todos aquellos que nos acompañan y nos rodean, es una expresión que debe aflorar desde lo más profundo de nuestro ser, pues, aunque en algunos momentos se puede notar el cansancio, la multiplicidad de tareas y labores. La necesidad de encontrarnos, de compartir, de estar cerca y mucho más, es una realidad y por ello gracias a todos quienes de nuestra mano continúan contribuyendo a la construcción de este reino de Dios; el mundo necesita una palabra esperanzadora y la iglesia es esa arca de salvación. La iglesia es como el arca de Noé, que permitió al pueblo seguir adelante. No se puede bajar la guardia y se ha de llevar nuevamente a un aggiornamiento pastoral, vivir en alegría y sacar lo mejor de la iglesia en medio de tantas dificultades.
Continuar siendo esos pastores, amigos, cercanos, directores espirituales, orientadores, en ocasiones psicólogos, luchando para erradicar el mal, es todo un reto. En el libro del génesis se puede evidenciar desde el relato de nuestros primeros padres cuando comieron del fruto prohibido, una estrategia del mal para apartar al ser humano de la comunicación con Dios, del amor de Dios, es el enemigo quiere interrumpir el amor que Él nos tiene y es ahí donde coloca diferentes interpretaciones frente a las cosas espirituales, para que en medio de la confusión, de la apariencia, del río revuelto, pueda separarnos de la misericordia del Padre, por ende, se ha de poner a Dios como el ancla de la vida. Es Él nuestro referente para tener un sentido en todo lo que se hace.
En medio de las circunstancias que rodean nuestra realidad, resulta fundamental no perder la mirada en nuestros hermanos, el prójimo, aquel que debo cuidar, proteger, defender y en medio de una fraternidad y solidaridad cristiana tener una buena comunicación con ellos, porque el enemigo, se propone separar. La pandemia puede acentuar un individualismo y un egoísmo del sálvese quien pueda, por medio de las estrategias del distanciamiento físico, pero es precisamente aquí donde se ha de apostar por una verdadera amistad que lleve a vivir el respeto, el diálogo, a construir puentes y entender que sólo desde esta mirada cristiana las comunidades deben reponerse, es aquí, donde se ha de pedir fortaleza interior, esa fuerza que viene de Dios para no desfallecer.
P. Wilsson Ávila
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