Cuando el místico Maestro Eckhart (s.XIV) nos invita al silencio y a la contemplación, nos recuerda que en un alma noble, que se ha acallado, no existen ni el tiempo ni el espacio. Es entonces ahí, cuando se realiza el nacimiento del hijo, el nacimiento del Verbo Divino en el hondón del alma. Que es el único suceso que le permite al alma volver a su origen, a su origen que es Dios.
El tiempo y el eterno ahora, son dos polos opuestos, entre los cuales se decide el destino espiritual, pues, en sí misma, el alma es tan joven como cuando fue creada. La edad que contamos con los años, solo se refiere a la actividad del alma en los sentidos, porque, el tiempo produce dos cosas: la vejez y la disminución, ahí no obra Dios.
De las tres cosas que le impiden al hombre, que pueda reconocer a Dios de algún modo, la primera es el tiempo, pero en su naturaleza original, al alma se halla por encima del tiempo. Y con alegría, el Maestro Eckhart exclama:
“Si mi alma, mañana fuera más joven que hoy, no me sorprendería. Esta eterna juventud, sucede en aquella persona que ha superado el tiempo“.
Por eso nos invita:
“Busca a Dios por encima del tiempo”.
Cuando el alma se ha liberado del tiempo y del espacio, el Padre envía a su Hijo al alma, esa es la plenitud del tiempo.
El silencio contemplativo que buscamos en nuestras prácticas, no son simple liberación de los ruidos cotidianos; se trata de abandonar lo temporal, para que pueda darse el nacimiento del Hijo, en el eterno ahora del que habla el Maestro Eckhart.
Los minutos que suceden durante una sentada contemplativa, nos han de llevar a ese silencio, al no-tiempo. Por esto, la entrega en la sentada vale más que la cantidad de tiempo. Si no hay entrega con devoción, difícilmente se conocerá el no-tiempo.
Pero este hecho, no exime al hombre de sus obligaciones en el tiempo, por esto, la misericordia y la vida en atenta presencia, son constantes en el contemplativo.
La Escuela es la práctica.
Víctor Ricardo Moreno Holguín, Pbro.
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