Simona (¿?):
Las redes sociales y los medios de comunicación dicen que fuiste quien irrumpió este domingo en la catedral de Bogotá. Se puede observar en los videos un ímpetu juvenil (¿?), con morral al hombro, subiéndote a las bancas, gritando arengas con un libreto en la mano, clamando por supuestas injusticias y saliendo oronda del recinto sagrado, acompañada de un séquito de varones (¿?); solo que ninguno de ustedes tenía rostro. Dicen que te llamas ‘Simona’(¿?) y que perteneces a ‘’Red de Artistas en Resistencia'(¿?).
Ante todo, quiero recordarte que, a pesar de lo ocurrido, siempre serás bienvenida a nuestros templos, -también con tu séquito-. No hacemos discriminación ni promovemos lucha de clases. Me alegra la gente que va a los templos. Suelo esperarlos a la puerta: te daré un abrazo de bienvenida, y nuestro servicio de acogida te indicará dónde te puedes sentar (para eso son las bancas).
¿Sabes? Yo también en el templo levanto la voz contra las injusticias; pero lo que digo sale de mi corazón, con voz grave y profunda, y así, busco despertar el deseo de justicia en mis oyentes. En cambio, en los videos tu voz se oye chillona, repelente, sin solidez, y puedo ver que la gente del pueblo te da la espalda…
La voz que alzo contra las injusticias surge de mi espiritualidad; soy un hombre libre y no necesito que ningún manipulador me escriba un libreto; además, porque las frases cortas, cuando son inteligentes, no requieren de libreto.
Las injusticias que denuncio no llevan cuatro, veinte o cincuenta años, llevan miles de años, porque cada generación vuelve y las comete. Sobre todo, las ingenuas generaciones impetuosas que ilusas, buscan acabar unas injusticias con otras injusticias… ¿Absurda que es la gente, cierto? Pues, Simona, el pueblo que celebraba su liturgia en la catedral debió padecer tu trasnochada injusticia.
No te hablaré de lo sagrado que profanaste, porque como parece, no has mirado la profundidad de tu alma, por esto no lo comprenderías. Pero sí te quiero decir que, en el lugar que profanaste nos damos un abrazo de paz con nuestros seres queridos y con personas que no hemos visto antes, porque somos artesanos de paz. En cambio, tal vez a ti te han adoctrinado, diciéndote que todos los demás son tus enemigos, que solo queda odiar y que matar es un derecho, incluso a tu propio hijo desde tu vientre. En nuestros templos reina la paz. Tu mensaje no es para un templo.
Veo que tú y tu séquito portaban morrales ¿Qué cargabas en ellos? Seguro no eran alimentos para las familias pobres. Como lo pudiste ver en la catedral, en todos los templos tenemos una canasta ante el altar en la que se pueden dejar y tomar alimentos para los más necesitados; ¿lo alcanzas a comprender? ¿o también te ordenaron llevar armas en tu morral para acompañar tu odio? Gente así mató ochenta personas en la Iglesia de Bojayá, más de la mitad niños. ¿Tú también participas en esa clase de crímenes de lesa humanidad? En todo caso, tampoco creo que llevaras libros para la educación que Colombia necesita.
Dicen que eres ‘artista’. Debo suponer que sabes algo de dramaturgia. Como sé que lo ignoras, debo decirte que dramaturgia y liturgia son dos palabras emparentadas: liturgia significa ‘obra del pueblo’; dramaturgia ‘escenificación de un drama’. Pues este domingo, tu adolescente drama pisoteó de modo grotesco la sagrada obra del pueblo, porque no amas al pueblo colombiano. Y, hasta que no ames al pueblo no puedes volver a llamarte artista; por ahora quedaste solo en el nivel de vándala. Puedes salir de ahí.
‘Simona’, tu nombre de origen hebreo significa ‘la que escucha la voz de Dios’. Te conviene escucharlo en este momento, a través de estas palabras: la próxima vez da la cara, como se hace cuando se tiene dignidad y se es valiente; búscate un escenario diferente para tus fechorías.
Más bien, si vuelves a pisar con dignidad uno de nuestros templos, y le permites a tu corazón un poco de la paz que se comunica en nuestra liturgia, al salir te ofreceremos una empanada parroquial, preparada por las mujeres que han trabajado con sus propias manos construyendo el barrio; ellas, mujeres dignas y valientes.
Finalmente, tú, tu séquito y tus libretistas, deben saber que la pacífica gente que ofendiste es el Pueblo de Dios. Solemos estar unidos por un mismo Espíritu, y sin perder la paz, hemos demostrado en diferentes ocasiones, suficiente fortaleza para para enfrentar con firmeza cualquier injusticia que se nos quiera imponer.
Víctor Ricardo Moreno Holguín, Pbro.
Arquidiócesis de Bogotá
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